CASO RUBIALES… LA PUNTA DEL ICEBERG

El caso Rubiales ha desplazado a un segundo plano cuestiones de mayor importancia. Durante una semana, los titulares de los medios, las tertulias y hasta en las conversaciones de cafetería, han priorizado ese asunto muy por encima de otros cuya trascendencia se ha ido diluyendo con esta y otras “serpientes de verano”.

La llamo “serpiente de verano” porque a mi parecer, pese a su aparente importancia, no deja de ser un asunto hábilmente explotado para conducir nuestro interés en la dirección que les conviene. Yo, no sabía ni quién era este hombre; ahora, sin haber mostrado interés en su persona ni investigado su trayectoria, conozco más sobre su personalidad, su familia y sus supuestos excesos, de lo que mi poco interés exigía, y todo de forma involuntaria, imponiéndose como un indeseable ruido de fondo que no puedes eludir.

Cuando estas cosas suceden, es porque alguien se beneficia en uno u otro sentido. O bien disimulando sus propios desmanes, o bien, intentado beneficiarse como parte de la jauría repartiéndose los despojos en unos casos, y en otros, buscando ese minuto de gloria que concede adherirse a la ola predominante de los justicieros de salón y comentaristas de pesebre. En un contexto como éste, el mero hecho de opinar me resulta aburrido, aunque sea cuestionando a unos y a otros, pero…

Lo verdaderamente relevante para mí ha sido conocer los intríngulis que este caso está desvelando poco a poco, eso es, la miseria de quienes cobran esos desmesurados sueldos y otras prebendas vampirizando este deporte sin aportar más que mediocridad e incompetencia a la ecuación.

En esta asociación, como en otras de mayor importancia, las miserias se ocultan mientras son compartidas. Se disimulan cuando su superior tiene la llave de su sustento presente y futuro, y finalmente, cuando el beneficio es compartido, la basura se amontona y la corrupción se impone, hasta que una vez más el tinglado se desmorona, y las ratas abandonan. No es nada nuevo, la excelencia perdió espacio a favor de la mediocridad, pero no sin la complicidad de muchos que vendieron su dignidad y hasta su honestidad por las prebendas que este malandrín y otros como él acostumbran a repartir.

Así las cosas, no me extraña esta vergonzosa escenificación en la que unos y otros, acusados y víctimas, han protagonizado las más extrañas y contradictorias versiones. Finalmente, y tras esta parrafada, ¿realmente importa a alguien este esperpento? A mí no. Entonces, ¿por qué opino?

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