Los episodios en torno a nuestra guerra civil son inabarcables para cualquier historiador, dada su abundancia y su complejidad, razón por la cual son muchos los hechos que no siendo prioritarios para el novedoso concepto de “Memoria Histórica” están exentos de interés para quienes ven en aquel conflicto un instrumento de propaganda partidista. A mí me apetece rememorar brevemente esta historia porque aconteció en la comarca donde nací. Forma parte de otros muchos como el “Comité de Orriols” que están convenientemente enterrados y olvidados.

Habitualmente, en los conflictos armados, la primera arma que se usa es la propaganda de guerra. Cada bando defiende con pasión sus propios arquetipos, ya sea el del héroe o el del traidor.

Pero también existe gente que no encaja en ninguno de los dos modelos. Esos pasaron por la historia como enemigos de unos y olvidados de otros. De los primeros, por no compartir sus ideas, de los segundos, por no doblegarse a sus exigencias.

Quiero traer a colación al coronel Domingo Rey D’Harcourt.

Durante nuestra guerra civil, a finales de diciembre de 1937, Teruel estaba rodeada por el ejército republicano, y los defensores nacionales resistían como podían con la esperanza de que el ejército de Varela y Yagüe rompieran el cerco.

En inferioridad numérica, ateridos por un temporal de frío y nieve, fueron retrocediendo hacia el casco urbano tras verse obligados a abandonar las dependencias de Santa Clara, del Gobierno Civil, del banco de España o del hotel Aragón, hasta atrincherarse en el Seminario. Sin agua, sin medicamentos, sin víveres, sin municiones, refugiándose entre los cascotes, finalmente el 08 de enero de 1938, para evitar una lucha casa por casa a bayoneta, el coronel Rey D’Harcourt, tras consultar con sus oficiales, decidió rendir la plaza.

Los republicanos lo trataron como prisionero de guerra. Fue procesado por traición a la República, y durante la campaña de Cataluña fue fusilado en Pont De Molins junto con otros 42 prisioneros de la batalla de Teruel, y sus cuerpos empapados en gasolina y quemados.

Los nacionales, lo acusaron de cobardía y de traición por no haber resistido hasta el último hombre, y la justicia militar lo procesó por ello. El procedimiento fue sobreseído en 1940 debido a ciertas voces críticas, pero su figura nunca fue totalmente rehabilitada. Ese mismo año se levantó un monumento donde cayeron los fusilados, pero los restos de D’Harcourt permanecieron en el lugar de su muerte hasta 1972 por decisión del régimen franquista.

Su determinación de renunciar a una resistencia numantina para evitar un combate puerta por puerta donde inevitablemente abundarían las bajas civiles, ni conmovió a los republicanos ni complació a los nacionales y Rey D’Harcourt después de salvar la vida de los habitantes de Teruel pasó a la indiferencia de unos y a la exclusión de los otros.

Héroes anónimos, cuyas acciones contrariaron las órdenes o los deseos de los gerifaltes del momento, que supieron obrar con conciencia, y brillar con luz propia frente a la monolítica obcecación de algunos de sus contemporáneos. F.R

“La luz difundida por los llamados comunicados oficiales no son, a menudo, más que fuegos fatuos en un pantano.” Ludwig Börne

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