Los nacionalismos en España, sean del color que sean, terminan pudriendo el espíritu, confundiendo el entendimiento de los mejores, y generando esa anemia del intelecto que permite a algunos justificar la naturaleza de su causa y sus consecuencias.

Las referencias de ese desafuero son tan abundantes y tan denunciadas que sorprende que a día de hoy haya quien no se avergüence al proclamarlas. Y sin embargo los hay.

El contenido de este tuit no es una excepción, más bien refleja la percepción de esos ciudadanos que se sienten justificados y hasta redimidos por una perturbadora concepción de esa uniformidad identitaria que excluye a quienes no comparten la totalidad de los extraños requisitos por ellos impuestos.

No conozco mayor perversión.

La pluralidad, esencia de cualquier sociedad avanzada y democrática, resulta un obstáculo a superar por quienes consideran los valores de su causa prioridad absoluta. En el pasado hemos sido testigos de procesos parecidos y hoy nos amenazan envueltos en reivindicaciones aparentemente democráticas y absolutamente excluyentes.

Este tuit es solo un ejemplo de otros muchos.

Miles de ellos no han ocultado su desprecio y hasta su odio a quienes no se sometían a ese universo mental cuya toxicidad ha envenenado los espacios comunes de una sociedad antaño tolerante e inclusiva.

Esta ya no existe.

Hubo un tiempo en que los nacionalistas más exigentes de esta comunidad proclamaban con aparente convicción “catalanes son todos los que viven y trabajan en Cataluña.”

Hoy, sus herederos, con la misma convicción se permiten excluir a todo aquel que no sintonice con la pervertida concepción de su realidad, dividiendo a sus habitantes en ciudadanos de primera o de segunda clase, en función del adoctrinamiento asimilado.

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