Tengo algunos conocidos que con las mejores intenciones, Y con un cierto grado de optimismo poco fundamentado, se empeñan en defender una especie de comunidad entre España y los estados sudamericanos (Hispanidad) que formaron parte del llamado Imperio español. Hacen referencia a lazos fraternales, elementos culturales compartidos, en definitiva una historia de 300 años que según ellos dejó una huella que todavía permanece en alguna especie de universo cultural compartido.

No son pocas las veces en que me he emocionado con ese sentimiento, pero hace tiempo que bajé del guindo.

En Sudamérica, con alguna excepción, no se nos quiere. Sus líderes políticos, intelectuales y sociales llevan generaciones utilizando a España como un demoníaco símbolo de una opresión y explotación que les sirve más de 200 años después para justificar sus propios fracasos. No hay honestidad intelectual en ese proceso, y tampoco fidelidad histórica. Sin embargo, insisten hasta el aburrimiento, y no son pocos los que se dejan seducir.

En ese contexto, donde todos compiten por las declaraciones más esperpénticas, se lleva el premio un tal Maduro, Presidente por imposición de Venezuela. Este hombre es el paradigma del gorila ignorante, populista, manipulador al que prestan atención gran parte de esos países que nos empeñamos en considerar como hermanos. No es el peor, pero seguramente es el más grotesco. Las últimas declaraciones de este hombre reflejan una vez más su personalidad y gran inteligencia. Intentando justificar el terrorismo de Hamás y denunciar los crímenes del estado de Israel, no se le ha ocurrido otra cosa que identificar al Imperio español como aquel que asesinó a Jesucristo, obviando que el Nazareno fue crucificado 1500 años antes. Hay quien piensa que fue un desliz, pero yo no le he visto corregirlo, y dada la naturaleza del personaje y sus otras erratas, creo que fue una expresión que surgió con naturalidad de una mente sin amueblar, enfermiza y adicta a su propia malevolencia.

Con líderes así, en ese continente no me apetece nada alimentar esa fantasía de la fraternidad hispánica por muy buena fe que muestren sus defensores.

En fin, menos mal que tenemos a P.SANCHEZ

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