Ayer contaba esta historia sobre cómo se rompieron veinticinco años de amistad con un amigo solo por una cuestión política, algo que hubiera sido impensable hace apenas diez años.
Contaba cómo, cuando mi amigo murió, pasó algo tremendamente triste: en Twitter vi que le dedicaban condolencias, personas que sé positivamente que no eran sus amigos de toda la vida. Personas con las que necesariamente habría tenido una relación muy superficial. Y, sin embargo, personas como yo, que habíamos sido amigas de toda la vida, ni siquiera fuimos avisadas de su funeral y habíamos sido apartadas de su existencia en los últimos años.
Hoy he leído un artículo buenísimo que se titula “La futbolización de la política”, escrito por el politólogo Ricardo Gómez Díaz. Y en el artículo habla de cómo la política se ha futbolizado, en el sentido de que se ha convertido en una guerra pasional entre extremos enfrentados, y no en un ejercicio de convivencia que intenta buscar soluciones para personas que necesariamente tienen que residir en el mismo entorno. Cómo se ha convertido en un arma de guerra y no en un arma de paz. Como la emoción se ha puesto por encima de la razón.
Todos los comentarios en Twitter sobre la investidura de Feijóo me han dejado muy mal cuerpo, por las connotaciones bélicas que usaban: “Óscar Puente le ha destrozado”, “Óscar Puente le ha dado una paliza”. Solo la gente muy joven, cuyos padres no vivieron la guerra civil, no se da cuenta del peligro de lo que estamos viviendo.
Cuando yo era joven, las personas que amamos la música veíamos a Yugoslavia como una tierra prometida. Yugoslavia era uno de los países con los mejores conservatorios de Europa. Amigos que habían ido allí a estudiar la carrera de piano me contaban maravillas sobre la civilizada que era Yugoslavia. A nadie se le pasaba por la cabeza entonces que pocos años después se desangraría en una guerra civil.
Nadie se da cuenta ahora de que estamos balcanizando nuestra vida política. Una política que se basa en machacar al contrario, en usar imágenes bélicas, en intentar destrozar, en acabar con la convivencia, es la antesala de una guerra civil. Y desgraciadamente en España ya hemos tenido una guerra civil. Deberíamos saber que es fácil sembrar sobre mojado. Solo las personas que tenemos una edad sabemos que esto no era así.
Yo siempre cuento la anécdota de que mi grupo de la facultad había un militante del PCE, una militante del PP y otro que estaba en UCD, y que solían comer juntos en la cafetería, porque la política no les separaba, sino más bien al contrario: tenían algo en común de lo que hablar. Y es que a los demás no nos gustaba la política y solo hablábamos de música y literatura. Todos sabemos que hoy sería imposible que en una facultad alguien de Podemos, alguien del PP y alguien del PSOE se sentará en hablar. De hecho, cualquier estudiante que quiera estudiar políticas a día de hoy y no sea de izquierdas no se atrevería siquiera a pisar la Facultad de Somosaguas, porque sabe que pondría en riesgo su integridad física, y que desde luego los profesores no le tratarían con ecuanimidad y respeto. Desgraciadamente, la gente muy joven no ha vivido otro mundo. Y no sabe que ese mundo es posible. Y no sabe lo peligroso que es el mundo que están creando.