Al protagonista de esta historia le voy a cambiar el nombre.

También voy a alterar datos Aunque inevitablemente alguien lo reconocerá, no quiero que sea reconocido.

Nos conocimos cuando yo tenía 24 años y él 30. Yo entonces trabajaba en Nuevos Medios y él hacía de todo, y todo relacionado con la música. Escribía sobre música, organizaba, conciertos, ciclos.

Cuando yo entré a trabajar en la Fnav como responsable de comunicación, él se convirtió en colaborador externo. Así que nos veíamos más o menos una vez por semana y nuestra relación se afianzó. Él estaba casado. Nunca intercambiamos siquiera un beso, aunque mucha gente pensaba que estábamos liados.

A lo largo de los años fuimos a innumerables conciertos juntos, hicimos algún viaje, él se volvió a casar, creó empresas, destruyó empresas. Durante todos esos años jamás hablamos de política y mucho menos de feminismo, pese a que yo sí que estaba desde que nos conocimos implicada en diferentes asociaciones feministas. Nunca tuve la impresión de que el feminismo le interesara. Lo curioso es que tampoco hablaba nunca de política, a pesar de que yo sabía que él era socialista militante.

Luego se vino a vivir a mi barrio y quedábamos más o menos cada dos semanas para tomar café. Nunca hablamos de política, siempre de música y mucho de sexo, porque él llevaba una vida sexual muy activa, con una pareja abierta. De hecho, él aparece en el libro “Más peligroso es no amar”. Es uno de los personajes. No debería ni siquiera explicar esto, pero alguno habrá que no lo sepa.

Mucho antes de que apareciera la Ley Trans, cuando yo leí el primer borrador, me escandalicé y me uní a un grupo de feministas intentando frenarla. Lo siguiente fue que Irene Montero se presentó en un acto en el que intentaba tirarme a un ladrillo, y ella aplaudía y se reía mientras me insultaban a gritos.

Después las amenazas, lo de que te sigan por la calle, lo de que te intenten pegar por la calle, lo de crear una campaña para revelar un supuesto plagio e incluso hacer un crowdfunding para demandarme, aunque no hubo demanda alguna. Todo orquestado y regado con dinero público, por supuesto.

Entre tanto, él se había convertido en “aliade feminista”, y participado en muchísimos actos con la bandera LGTBI, aunque yo nunca supe que fuera otra cosa que hetero (él sabía de sobra que yo era bi, y que era bi hace 25 años cuando no había día de la visibilidad bisexual ni nada por el estilo)

Cuando comenzó a relacionarse con según qué gente yo empecé a evitarle. Tened en cuenta que desde que me seguían por la calle y me intentaron agredir lógicamente me volvieron paranoica, así que no quería que determinadas personas tuvieran la más mínima relación conmigo. No quería que se supieran detalles de mi vida, por dónde salía o por dónde entraba. Porque yo tenía auténtico pánico. Una relación de amistad 25 años se destrozó. Seguíamos coincidiendo en la calle, pero entonces yo, si le veía llegar, me cambiaba de acera. Sé que él también fingía no verme.

Puesto que él seguía trabajando en música, en gestión cultural, y periodismo, tenía que estar bien con determinados sectores, porque si no no iba a recibir de ninguna manera el dinero que necesitaba. Así funciona este país. Hace unos días me enteré de que había fallecido a través de un post. Entré en Twitter y encontré a muchos personajes hablando de su fallecimiento. En los 25 años que yo le conocí nunca le oí hablar de ellos. Nunca. Solo vi dos post referidos a su fallecimiento escritos por personas que de verdad fueran sus amigos El resto eran políticos. Gente con la que se trataría por asuntos de trabajo.

No sé si en los últimos cinco años hizo una limpia de amigos. No entiendo nada. En cualquier caso, a mí nadie me llamó para comunicarme su muerte. Ni por supuesto nadie me invitó al funeral, si es que lo hubo Y esto, lectores y lectoras, es lo que el populismo, el extremismo y la polarización política crean en una amistad. Y en una sociedad.

Un comentario en «Los daños del populismo»

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