Asumo mis limitaciones en cuanto a entender todo lo relacionado con la llamada “Ley Trans”, razón por la cual no me atrevo a aventurar un diagnóstico fundamentado sobre su contenido y naturaleza. Pero intuitivamente, algo me dice que hemos traspasado esas líneas rojas en que la cordura se diluye, y el esperpento ocupa su lugar.
El esfuerzo de los interesados (políticos, asociaciones…) por hacer comprensible lo que choca con el universo mental de la mayoría de la ciudadanía está generando situaciones en las que de forma artificiosa se da carta de naturaleza a las extravagancias más extremas. Personas que se auto-perciben de forma diferente al género que les asignó la naturaleza, reciben la aprobación de un sistema que extremando su comprensión, no toma las medidas que el sentido común sugiere en una situación tan peculiar y delicada.
Eso es especialmente cierto en lo relacionado con niños y adolescentes, que influenciados por esa tendencia, toman decisiones dramáticas de difícil correcion, a las que algunos padres claudican sin remedio, no tanto por amor a sus hijos, como por alardear de cierto progresismo sociológico. Ejemplos para quien los quiera buscar sobran.
Tampoco es de recibo a mi juicio, la estúpida aceptación que un deportista pueda tras someterse a algunas intervenciones derivadas de su “auto-percepción” participar en igualdad de condiciones con otras deportistas cuya naturaleza evidentemente las limita a la hora de competir con el susodicho. Y así, los medios nos transmiten un día tras otro las paradojas de una tendencia que se ha desbordado, sin que el sentido común, el conocimiento científico o los derechos de unos y otros sean atendidos con inteligencia, generosidad y sobre todo justicia.
Una vez más el pensamiento único es el vehículo para imponer una extraña “auto-percepción” irresponsable que no solamente reinterpreta de forma tóxica las libertades, sino que empobrece la capacidad de nuestra sociedad que ya de por sí lo tiene difícil a la hora de auto-percibir su naturaleza en uno u otro sentido