Todos los partidos políticos mueren al final por haberse tragado sus propias mentiras.
John Arbuthnot
Desde ahora les digo, no vale la pena indignarse, o peor, enfadarse con esos energúmenos desvergonzados que alardean de representar la voluntad popular. No vale la pena porque nuestra indignación no los conmoverá nunca. Tampoco su pundonor – si lo tienen -se resentirá nunca. Hace mucho tiempo que sus pretenciosos valores – se disfracen como se disfracen- solo están subordinados a su codicia y oscuros intereses. Desgraciadamente en ese proceso, los acompañan esa legión de abducidos, esos cuya democrática vocación, se traduce en discutir cualquier asunto sin intención de entendimiento más allá de imponer su criterio, y lo hacen como los carneros en el monte, embistiendo a riesgo de quebrarse la testa contra un cráneo más duro, o como en el caso que me ocupa arremeter contra el muro de sus propias contradicciones.
Diecisiete parlamentos autonómicos y el congreso de los diputados, son suficientes escenarios como para que nuestros representantes consigan de vez en cuando dignificar lo que representan. Alguna excepción hay, y algún voluntarioso lo intenta con escaso éxito. Pero casi siempre asistimos a un debate donde el interés general desaparece a favor del lucimiento de quienes confunden su función con los alardes de bravucones sin sustancia.
Doy por sentado, que la mínima inteligencia que se les exige (muy poca) los obliga a disimular el desprecio que parecen sentir por los ciudadanos que les dieron la inmerecida confianza con la que se sienten legitimados. Pero esa inteligencia- si la tienen- es tan escasa como su vergüenza y sentido democrático.
En Cataluña por ejemplo, estamos asistiendo a la farsa de unos partidos independentistas, cuya motivación nunca ha estado vinculada a otra prioridad que no sea el poder por el poder, y no precisamente para ofertar un mejor futuro a los ciudadanos. Así la falsa unidad que pregonaron, se ve reducida a lo de siempre, codicia y poder.
Pero incluso en momentos como este donde su naturaleza se manifiesta sin disimulos, consiguen confundir a los suyos con postureos dignos de su retorcido carácter y satisfacer a esos acólitos instalados en la inopia.
En el Parlament, algunos partidos han escenificado su rechazo a la presencia de VOX, abandonando el hemiciclo cuando estos intervienen, violentando así las fórmulas de corrección parlamentaria y respeto democrático a quienes representan centenares de miles de ciudadanos en esta comunidad. Justifican sus miserables modales, increpando al partido ninguneado, y calificándolo de antidemocrático, ultraderechista, facha, violento… Sin que ninguna de esas calificaciones se les pueda atribuir con la evidencia de los hechos. Pero si justifican sus simpatías y la recepción en las instituciones catalanas, a los ideólogos del terrorismo que tanto daño causó en esta tierra. (ETA. Otegi. )Sorprendentemente, quienes a esas descalificaciones recurren, son los que provocaron el golpe de estado a las instituciones con condena del supremo incluida. También fueron ellos, quienes alentaron los disturbios en las calles, el secuestro de los espacios públicos y la extorsión y estigmatización de los ciudadanos que no comparten sus delirios identitarios.
Esos camisas pardas del “Procés “, son los retoños de quienes se expresan contra VOX y otros partidos constitucionalistas, mientras su líder huido, confraterniza con los ultras más xenófobos de la Comunidad Europea.
Lo dije al principio, no vale la pena agotarse anímicamente enfrentándose a esa gente, sus falacias, contradicciones y ese veneno que destilan de una toxicidad extrema. Yo no puedo evitarlo, pero ustedes deberían intentarlo.
Mientras tanto, si conocen un remedio, estoy receptivo.
El noventa por ciento de los políticos, da mala reputación al otro diez por ciento.
Henry Kissinger
El Parlament se vacía durante la intervención de Vox en el pleno de investidura