Si no peleas para acabar con la corrupción y la podredumbre, acabarás formando parte de ella.
Joan Baez

La corrupción que de forma recurrente protagonizan los principales partidos políticos no solo reduce de forma drástica la calidad democrática de nuestro país. También, y de forma preocupante, adormece la conciencia de una sociedad que ve cómo un día tras otro no solo se repiten los malos ejemplos, sino que como en los peores tiempos del pasado, sus protagonistas salen impunes, tras la descarada manipulación de las leyes por parte de quienes deberían garantizarlas en beneficio de todos.

Es cierto que hasta ahora, los casos de corrupción se abordaron desde los tribunales, y también desde los medios con una mayor vocación ejemplarizante. También es cierto que la escenificación en torno a la corrupción hasta tiempos recientes, procuraba como se dice “salvar los muebles” para posteriormente y tras un lavado de cara, poner el ventilador en la dirección contraria, y reiniciar como si nada hubiera sucedido sus actividades políticas con la esperanza de que la memoria de los españoles se asemejara a la de los peces. Y en muchos sentidos así parece haber sucedido.

Digo esto porque desde donde yo estoy, no percibo otra cosa que un absoluto desprecio hacia un pueblo que si no está inmerso en la inopia, parece ser especialmente tolerante con los pecados de unos y otros en función de sus querencias ideológicas. No se comprende cómo es que millones de personas no salgan a la calle a reclamar que el Estado de Derecho, con el gobierno de la nación a la cabeza actúe en consonancia con los principios que dicen defender, y que son el fundamento de cualquier sociedad moderna que se precie.

Hoy ha fallecido la Sra. Marta Ferrusola. Ni ella ni su marido el “Honorable·” ni ningún otro miembro de su familia o de la corte que los secundó han sido expuestos en un tribunal aunque sigan encausados y llevamos años así. El factor ejemplarizante que debiera darse en estos casos, no va más allá de las oportunistas declaraciones de quienes en su momento pretendieron ser los paladines de la Ley.

La impunidad de los corruptos es proporcional a la necesidad que tenga este gobierno de sus apoyos, como en las peores dictaduras a mi entender. Que las leyes se cambien para beneficiar a éstos, mitigar cuando no anular sus sentencias, y si no fuera suficiente amnistiarlos de forma descarada en beneficio de unos intereses partidistas cuando no personales, son a mi juicio unos hechos que rozan la inmoralidad absoluta, la traición a todo un pueblo, y la tergiversación del espíritu de nuestro orden constitucional.

Parece que las líneas rojas han desaparecido en cuanto a la infamia se refiere. La habilidad de quien las traspasa para retorcer el relato, y hacerlas asumibles por quienes las padecen, es un mérito que hay que reconocerle a este ejecutivo. Aun así, lo más preocupante es que el ciudadano de a pie tolere y hasta defienda con cierto entusiasmo la conducta de esta gente siempre que sean parte de su tribu.

En el pasado, la corrupción no fue abordada con la energía suficiente, quienes la protagonizaron buscaron igualmente burlarse de la ley y blanquear sus acciones. De aquellos polvos vienen estos lodos. Hoy no parece a la luz de los hechos y las noticias que aparecen un día sí y otro también que esta vergonzosa tendencia pueda corregirse.

Gran parte de las instituciones han sido corrompidas en sus funciones por unos miembros de estómago agradecido, y conducta reprochable. Las consecuencias degradan nuestro sistema de forma irreparable, y no parece que nadie tenga la voluntad de abordarlo con la firmeza necesaria más allá de denunciarlo cuando le interesa, y siempre buscando la rentabilidad política.

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