Algunos años atrás coincidí con un grupo de amigos en un evento que tenía como objetivo reivindicar el concepto de la Hispanidad. Entre los asistentes los había de diferentes nacionalidades hispanoamericanas. Al finalizar, me tocó compartir espacio con otros comensales, entre ellos solamente un servidor y una señora de cuyo nombre no me acuerdo éramos españoles. Ella, como supe después, natural de Medellín. Dada la naturaleza del evento, fueron muchos los que nos esforzamos en coincidir en los aspectos más positivos de nuestros vínculos históricos, sin eludir aquellos temas que por su complejidad acostumbran a generar conflictos, difíciles de abordar cuando los participantes no están bien informados, su información es sesgada, o tienen intereses inconfesables.
El ágape, se desarrolló en un ambiente constructivo y de educada confrontación, hasta que mi compatriota (la Sra. de Medellín) inició un discurso que descolocó hasta a aquellos de los que yo sospechaba cierta radicalidad e hispanofobia. “Lo que los españoles hicieron en América, fue un genocidio sin parangón en la historia de la humanidad” Así de rotunda fue su intervención.
“España dejará de existir, y no habrá pagado lo suficiente el precio de su infamia”. Ante el silencio de los presentes, su vehemencia creció. “Ninguna otra potencia ha generado tanto dolor e injusticia a los aborígenes como hicieron los españoles”
No terminaba yo de recuperarme de la sorpresa, y sin demasiado ánimo, le contesté ante el silencio de los demás: —
Estimada Sra: Espero no contrariarla, si le muestro mi desacuerdo. Usted, o ignora de lo que está hablando, o cree que expresándose en estos términos se gana la simpatía de los presentes, o lo que es peor, es usted una ignorante de las que les gusta sentar cátedra cuando toca de oídas, y sin el menor conocimiento de la melodía
Reconozco que me pasé y mucho. Desde entonces y hasta ahora he aprendido a ser más considerado con mis interlocutores pese a las tonterías que uno enfrenta un día tras otro. Aquella señora no es un caso aislado. Son muchos los españoles que se hacen eco de una mala conciencia que nace de la ignorancia de su propia historia, y ¿por qué no decirlo? de esa patología autodestructiva que nos lleva al auto- desprecio, pero eso no justifica que ignoremos conscientemente nuestra historia, mientras favorecemos las versiones interesadas de quienes en episodios parecidos a los nuestros tienen tanto de lo que avergonzarse.
No voy a alargar este comentario. Doy por sentado que quienes esto leen tienen la capacidad, y quizás el interés por averiguar cuál fue la realidad de aquella España del siglo XV en un continente sorprendente, violento y extraño al universo del mundo conocido. También sería interesante que quienes alimentan la ignorancia, y por lo tanto la Leyenda Negra asociada a esos episodios, contextualicen los hechos, y comparen el resultado de la intervención española en las Américas con las de otras potencias que siglos después mostraron su cruenta naturaleza sin ninguna compensación que los redima.
Aquí me quedo.