¿Era un plan maestro o simplemente otro martes caótico en la mente de Donald Trump? Spoiler: fue lo segundo.

Trump, el genio del caos bursátil: hunde la Bolsa, espanta a los bonos y acaba escupiéndose en el zapato

El expresidente y eterno showman de la política estadounidense, Donald Trump, decidió sacar su varita mágica (una que lanza tuits en lugar de hechizos) y declarar la enésima guerra comercial a China. Esta vez, no contento con los aranceles de juguete anteriores, decidió subir la apuesta como si estuviera en Las Vegas con la economía global de rehén. ¿El resultado? La Bolsa se fue por el sumidero, los bonos del Tesoro gritaron “sálvese quien pueda” y los mercados financieros vivieron una semana tan emocionante como un capítulo de “La isla de las tentaciones”, pero con más cifras rojas y menos bikinis.

El plan maestro que nadie entendió… porque no existía

Los más benévolos (léase: los cuatro gurús financieros que aún no se han fugado a Nueva Zelanda) intentaron justificar el desmadre con una teoría digna de conspiranoia de podcast: Trump estaría intentando provocar una caída masiva de la Bolsa para que los inversores huyeran despavoridos hacia la deuda pública, bajaran las rentabilidades, la Reserva Federal se asustara y redujera los tipos de interés, y así —abracadabra— el Tesoro estadounidense ahorrara cientos de miles de millones en intereses.

Claro, tiene todo el sentido del mundo… si tu fuente de economía es un capítulo de “Los Simpson”.

Porque, sorpresa, la realidad no funciona como los delirios estratégicos de Mar-a-Lago. En lugar de una jugada maestra, lo que ocurrió fue más parecido a una operación de cirugía cerebral realizada con un hacha: caos, sangre (financiera) y una factura astronómica.

Diez billones (con B) volando por los aires

Durante una semana gloriosa de descalabro bursátil, Wall Street vivió una montaña rusa sin cinturón de seguridad. El Nasdaq, el S&P 500 y el Dow Jones bailaron un vals macabro entre desplomes y rebotes, como si fueran adolescentes borrachos en un parque de atracciones.

A pesar de un tímido rebote del 7,4% en el Nasdaq y un 5,7% en el S&P 500 al final de la semana, el daño ya estaba hecho: el mercado de renta variable estadounidense perdió más de 10 billones de dólares en capitalización. Por si te cuesta visualizarlo, eso equivale al PIB combinado de Alemania y Francia. Así, sin anestesia.

Y lo mejor —o peor— es que mientras todo eso ardía, el supuesto “refugio seguro”, los bonos del Tesoro, también empezaban a hacer aguas como el Titanic después del iceberg.

Los bonos se rebelan: ni refugio, ni calma

Aquí es donde el plan “brillante” de Trump colapsa como una tarta en el horno mal precalentado. En teoría, cuando el mercado de acciones se desploma, los inversores corren como gacelas hacia la deuda pública, lo que baja su rentabilidad y alivia la carga del Tesoro.

Pero no. En esta ocasión, los hedge funds —esos fondos de inversión con alma de tiburón de Wall Street— necesitaban liquidez urgente para tapar los agujeros que les dejó la Bolsa. Y para conseguir ese dinero rápido, empezaron a vender bonos como si fueran entradas para un concierto de Bad Bunny. El resultado: la rentabilidad del bono a 10 años se disparó del 3,9% al 4,5%, y el bono a 30 años coqueteó peligrosamente con el 5%.

Lo que debía ser un “abrigo” en medio de la tormenta, acabó convertido en un trapo empapado de gasolina.

China entra en escena, como villano secundario con ganas de protagonismo

Como si no bastara con el incendio interno, Trump decidió avivar el fuego metiendo de por medio a China. Porque nada dice “gestión responsable” como tocarle las narices al segundo mayor tenedor de deuda de tu país.

Desde Pekín, por supuesto, negaron estar vendiendo bonos del Tesoro estadounidense en masa, pero los rumores ya habían hecho su trabajo: sembrar el pánico. Solo con la sombra de esa posibilidad, los mercados temblaron más que un político corrupto ante un juez honesto.

¿La amenaza? Que China usara sus 700.000 millones de dólares en bonos como arma geopolítica. Una especie de “bomba financiera sucia” capaz de disparar el coste de financiación de EE. UU. justo cuando más vulnerable está: con vencimientos por 9 billones de dólares en 2025 y una deuda externa que equivale al 29% del PIB nacional. Vamos, lo justo para que el Departamento del Tesoro empiece a considerar rifas y mercadillos para pagar sus facturas.

El plan que terminó siendo un bumerán con clavos

Recapitulemos el brillante plan de Trump:

  1. Provocar una caída bursátil para que los inversores huyeran a los bonos.
  2. Así bajaría la rentabilidad de la deuda.
  3. Entonces, la Reserva Federal, conmovida, bajaría los tipos.
  4. El Tesoro ahorraría dinero y todos aplaudirían al genio de la economía.

¿Resultado real?

  1. Los inversores huyeron… pero también de los bonos.
  2. La rentabilidad se disparó.
  3. La Fed se quedó atada de manos por la inflación.
  4. El Tesoro ahora paga más por endeudarse.
  5. Y se evaporaron 10 billones de dólares por el camino.

Un auténtico caso de “te pegas un tiro en el pie para ver si así dejas de cojear”.

La Fed, atrapada entre el arancel y el martillo

La Reserva Federal, que ya de por sí estaba en una situación de equilibrio precario entre controlar la inflación y no matar la economía, ahora se encuentra con un problema aún más gordo: un mercado revuelto, una inflación alimentada por aranceles y una presión política que huele a chantaje emocional.

¿Bajar los tipos? Ni hablar. No con la inflación aún oliendo a gasolina. Así que Jerome Powell y compañía hacen lo único que pueden: mirar con cara de póker mientras el ex presidente juega al aprendiz de brujo con los mercados.

Cuando la realidad estropea la narrativa

La verdadera tragedia de todo esto no es solo económica, sino narrativa. Porque Trump —ese experto en vender humo envuelto en banderas— ha intentado colar la idea de que todo esto era parte de un plan maestro. Una especie de ajedrez 4D donde cada desplome era en realidad una jugada estratégica para dominar el tablero mundial.

Pero lo que el mercado ha dejado claro es que no se cree ni una coma. No hay plan maestro. Hay un caos con peluquín, una mala digestión de geopolítica, y una economía funcionando al ritmo de impulsos tuiteros.

Como advirtió el exsubsecretario del Tesoro, Justin Muzinich, lo que Trump parece no entender es que desde los años 80, el acceso barato al capital extranjero ha sido uno de los pilares del liderazgo estadounidense. Y que convertir esa ventaja en un campo de batalla es, como mínimo, estúpido. Como máximo, suicida.

La tregua (por ahora)

Finalmente, cuando hasta los mercados de deuda gritaban “¡basta!”, Trump levantó el pie del acelerador. Anunció una tregua arancelaria de 90 días. Pero atención: solo excluye a China. Es decir, el incendio sigue, solo que ahora en otra habitación.

Es un intento de tapar la hemorragia con una tirita, una pausa para que los mercados respiren… o una forma elegante de reconocer que la Casa Blanca no tiene ni idea de cómo salir del charco en el que se ha metido.

Los bonos: de brújula a juez con sentencia

Durante décadas, los bonos del Tesoro estadounidense han sido el barómetro del poderío americano. Un termómetro del apetito inversor global, una brújula para los bancos centrales y un salvavidas para las crisis. Pero ahora, han tomado un nuevo papel: el de juez implacable.

Y la sentencia ya ha sido dictada: la política arancelaria de Trump no solo ha fracasado en su objetivo secreto, sino que ha dejado a Estados Unidos en una posición más débil, más endeudada y más aislada financieramente.

Epílogo: el coste del espectáculo

Para intentar ahorrar 200.000 millones de dólares en intereses, Trump ha destruido 50 veces más en valor de mercado. Ha espantado a los inversores, tensado las relaciones con China, puesto nerviosa a la Fed y, de paso, demostrado que gobernar la economía global como si fuera una partida de Monopoly tiene consecuencias.

Pero eso sí: el espectáculo no ha faltado. Porque si algo sabe hacer Trump es convertir cada desastre en un show mediático. Solo que esta vez, el precio de la entrada lo ha pagado el planeta entero.

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