Por las rendijas de la administración se ha filtrado a la opinión pública un documento comprometedor.
Los políticos de la Generalitat de Cataluña han iniciado el protocolo para dejar morir a los mayores de 80 años
La Generalitat de Cataluña en su infinita omnisciencia, aconseja a los doctores que lidian a diario con el coronavirus, que independientemente del diagnóstico de los enfermos, no ingresen en la UCI a los pacientes que superen la edad de 80 años, para que sea la naturaleza quien determine si vive o muere. Ignoro qué figura en el apartado “asunto” de dicho documento ¿Tal vez “solución final”?
Lo que podríamos concebir como un “criterio de catástrofe” que ante una avalancha de heridos o enfermos, obliga al médico a tomar en segundos la decisión de determinar a quién va a atender primero en función de sus posibilidades de sobrevivir, cuando esa decisión la determinan los burócratas cagatintas de despacho, convierte a los doctores en asistentes activos de una eutanasia generalizada.
O sea, que para sobrevivir a la crisis protegiendo su culo en sus puestos políticos, no solamente se inmiscuyen en lo que debería ser un estricto criterio médico, sino que además de dictar consignas, pretenden arrojar la responsabilidad en otros.
La frivolidad con la que un inútil administrativo, se permite este tipo de “recomendaciones” nos sitúan directamente en una distopía futurista y surrealista. Si la crisis arrecia, ¿podrían ampliar los criterios? ¿Quiénes serían los siguientes? ¿Los dependientes, los parados, los extranjeros, los que carecen del gen supremacista? El abanico es amplio para escoger en la lógica perversa de estos ególatras parásitos.
La impecable labor que día a día y en el límite de sus fuerzas y de sus recursos está llevando a cabo nuestro personal sanitario, no se merece que unos malnacidos enturbien su reputación por querer intervenir en profesiones que les son ajenas.
Por desgracia, la crisis de la pandemia nos ha dejado vislumbrar que estamos contaminados con otro tipo de síntomas igual de peligrosos: parece que en los cómodos despachos abundan los monos con pistolas.
Honra y provecho no caben bajo el mismo techo.