Los titulares de los medios acostumbran a dirigir nuestra atención hacia aquellos asuntos que, al margen de su interés, polarizan nuestra percepción en la dirección que les interesa. Sucede, que por razones que se me escapan, se dimensionan determinados episodios, mientras se soslayan de forma interesada otros de la misma naturaleza, o más graves si caben.

Un ejemplo podría ser la reacción social en contra de “la manada de Pamplona” que todos recordamos, mientras, y por aquellos días se denunciaron casos parecidos de grupos de magrebíes que habían secuestrado y violado en unos casos, y efectuado diversas agresiones sexuales en otros sin que tuvieran la misma repercusión ni parecida.

Cuando alguien se atrevió desde la misma policía a denunciar que esa barbarie no era una excepción, sino que abundaban los casos protagonizados por jaurías de la misma nacionalidad, las instituciones, los medios, la clase política y diferentes asociaciones interesadas, clamaron que ese tipo de declaraciones eran un ejemplo de racismo extremo, y que merecían un castigo ejemplar. Aun así, no pudieron soslayar la realidad de lo denunciado.

Los españoles no somos tontos, pero nos tratan como si lo fuéramos, ocultándonos determinadas realidades con la pretensión de salvaguardar la paz social, mientras esta se ve profundamente alterada por la incompetencia y la cobardía de quienes deberían abordar con responsabilidad este asunto.

Mientras tanto, nos enteramos de que el 60% de los presos o son extranjeros o tiene su origen en aquellos inmigrantes que una vez alcanzada la península fueron esparcidos sin supervisión, orientación, proyectos ni medida alguna, condenándolos a la delincuencia, a la supervivencia vandálica y peor aún a dejar libres depredadores que encuentran en nuestro territorio el espacio para con cierta impunidad ejecutar sus acciones.

Abordar los hechos no lleva implícito, como pretenden algunos, una acción de rechazo contra ninguna nacionalidad o etnia. Es injusto que al denunciarlo se nos estigmatice. El último responsable de esta situación es la incompetencia y la cobardía institucional que elude su responsabilidad y nos expone a todos a las consecuencias.

Nunca en esta sociedad habíamos oído de casos donde en pleno Madrid se desarrollan batallas campales con machetes; en el País Vasco las bandas del mismo origen se apoderan de espacios públicos, protagonizando actos de vandalismo creciente; en Cataluña, otro tanto. Conozco de primera mano la impunidad con la que actúan estas bandas, y la tolerancia de las instituciones. Esto solamente puede ir a más alterando de forma grave esa paz social que pretenden proteger, ocultando los hechos y la identidad de esos salvajes.

Y lo dejo aquí que me bloquean.

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