He estado cuatro veces en territorios ocupados en Israel.
La primera vez hace veinte años y la última hace cuatro, con Breaking the Silence.
Soy una de las pocas españolas que no es corresponsal de un medio internacional que ha podido entrar en Hebrón y en la franja de Gaza.
Hace veinte años me comentaron mujeres palestinas que tenían miedo a la llegada del fundamentalismo islámico.
Que ellas pensaban que la desidia internacional, al no exigir que Israel respetara las resoluciones de la ONU estaba haciendo que muchos hombres que se sentían frustrados y abandonados por la comunidad internacional volvieran sus ojos al fundamentalismo islámico.
Recientemente, hemos visto en España cómo han intentado echar a una trabajadora de su puesto cuando organizaciones transactivistas se han quejado porque dio un like a una cuenta feminista. Cómo me van a llevar a juicio a mí por decir lo que mis propios ojos me decían: que un hombre es un hombre y que su aspecto físico en el caso en el que yo le doy se correspondía con su sexo biológico e incluso registral.
Muchísimas mujeres que conozco en España no se atreven a decir la verdad de lo que sienten por miedo a las represalias.
Guionistas, actrices y periodistas se callan porque saben que si dicen en alto que el sexo es binario pueden perder trabajos (yo perdí varios).
Ahora imagínate vivir en Ramala, ser mujer y atreverte a decir en alto que tienes pánico al fundamentalismo islámico. Nosotras podemos perder trabajos, pero las consecuencias para ellas son mucho peores. Cuando se impone el terror, el silencio se hace cómplice.
Afganistán o Irán hoy en día son el infierno para las mujeres. La guerrilla talibán en su día recibió dinero de Occidente. Y de aquellos barros estos lodos. Cuando yo estuve en Hebrón muchas mujeres me decían que su sueño dorado era casarse con un occidental. Que querían irse de allí. Pero no tienen cómo.
Cuando hace 20 años el fundamentalismo islámico empezó a tomar Palestina, la comunidad internacional no hizo absolutamente nada por pararlo. Y se sabía lo que estaba pasando. Una parte no despreciable de la población palestina es laica, incluso otra parte es cristiana.
Hamás no está en lucha exclusivamente contra Israel, Hamas está embarcado en una yihad, igual que el Isis. Israel es el primer objetivo. Pero el objetivo a largo plazo es Occidente.
Por supuesto todos sabemos que el pueblo palestino ha sido ocupado, masacrado, despreciado. Y que Israel lleva años incumpliendo sistemáticamente las resoluciones de la ONU. Pero Hamás y el pueblo palestino NO son lo mismo. La respuesta desde Israel de atacar a la población civil no va a conseguir nada. La respuesta de” gestionar el conflicto” en lugar de “resolver el conflicto “es la que nos ha traído hasta aquí.
Cuanto más se ataque a la población civil, más hombres podrá reclutar Hamás porque la desesperación les llevará a adherirse al movimiento fundamentalista islámico. Hace veinte años Palestina era laica. Yo estuve allí. Hace veinte años yo podía ir a los territorios ocupados con escotes sin el menor problema.
Hace cuatro años fui con el pelo recogido y bien tapada. Hamás es un ejército terrorista extremadamente peligroso. Benjamín Netanyahu y Yoav Galant son igualmente peligrosos En medio está la población mujeres y niños que no tienen la culpa de nada.
El papel de la comunidad internacional debería haber sido siempre el de exigir que se cumplieran los acuerdos de paz, que se incumplieron sistemáticamente. Apoyar el ojo por ojo solo va a conseguir lo que lleva consiguiendo veinte años. Que el fundamentalismo islámico avance.
Y el delirio de la progresía española apoyando que las mujeres lleven velo no ayuda.
El Corán no exige que las mujeres lleven velo.
El 90% de las musulmanas en el mundo NO lo llevan.
El fundamentalismo islámico es una versión extrema y minoritaria del Islam.
Es una ideología totalitaria y expansionista.
Y tremendamente peligrosa para TODOS NOSOTROS.