El mayor enemigo de una democracia es sin dudarlo la inseguridad que los ciudadanos padecen cuando su tranquilidad se ve violentada por el terrorismo, la delincuencia impune, o la violencia callejera entre otras.
EEUU siempre ha presumido que sus instituciones garantizaban por encima de todo las libertades de su ciudadanía, y el hecho es que ésta siempre defendió con la vehemencia necesaria sus derechos civiles en contra del intento de limitarlos. Aun así, tras el 11S y el trauma que esta tragedia generó, la mayoría de los estadounidenses cedieron sin titubear muchos de estos derechos en beneficio de una seguridad que les era más necesaria y deseable.
Fueron muchas las voces que denunciaron un intento de totalitarismo por parte del gobierno federal amparado en el temor de una sociedad que se sintió vulnerable más allá de sus habituales temores. Y es que las sociedades democráticas reaccionan con vehemencia a cualquier pretensión de limitar su libertad, pero ceden en sus pretensiones cuando el precio de ésta es la falta de seguridad.
En el pasado fueron muchos los totalitarismos que utilizaron la inseguridad callejera o el miedo a los alborotos sociales para seducir a una población que acostumbrada a reivindicar con naturalidad sus derechos democráticos los cedían sin pensárselo si el precio era la inseguridad.
Hoy Europa ya no es un lugar tranquilo. Cada vez más sus calles y hasta sus hogares son asaltados por gente incívica, brutal y con un sentimiento de impunidad que les hace prepotentes en el ejercicio de sus maldades, sabiendo que el precio que tienen que pagar es tan ínfimo que les compensa su virulencia en el acoso al ciudadano de a pie.
Yo, como muchos de ustedes soy testigo un día sí y otro también de cómo en las calles, en los trenes, metros, plazas públicas…actúan sin temor alguno, una chusma violenta que no duda en golpear a una anciana para arrebatarle sus pocas pertenencias, o a cualquier turista despistado, pero en los últimos tiempos he observado que en pareja o en grupo, se atreven a ocupar transportes públicos amedrentando al resto de pasajeros sin que los guardias de seguridad puedan actuar con la rotundidad que las circunstancias exigen sin que se vuelvan las tornas en contra de ellos, y encima tengan que pagar por cumplir con sus obligaciones más caro que el mismo delincuente.
Esto que parece una situación irrelevante si la comparamos con hechos más graves que hoy afectan a nuestra sociedad, pudiera ser la causa por la cual empecemos a ignorar las ventajas de una democrática libertad en favor de una seguridad de la que carecemos. Yo espero que la ejecución de la ley sea más rígida con quien se lo merece, y respetuosa con quien la cumple.
Ojalá!