En política, la verdad termina siendo un concepto sin valor alguno.
Entendemos que alguien es fiel a la verdad, cuando no contradice los hechos probados, ni tampoco los manipula o interpreta para sugerir lo contrario de lo acontecido. La honestidad intelectual tampoco sobra en esa ecuación.
En política estamos, sin embargo, acostumbrados a ver a sus protagonistas negar con convicción sus fracasos, o alardear de méritos inexistentes. Y así nos va.
Sucede que a lo anterior, le han añadido un ingrediente cuya tóxica naturaleza pervierte la percepción del afectado hasta el extremo. Esto es, la construcción de un relato donde la realidad no importa, se doblega a los delirios más extremos sin que despierte los recelos de los acólitos seducidos; es más, estos terminan transformados en el voluntarioso ariete de esa destructiva falacia. El secesionismo catalán es el ejemplo más reciente, en el pasado hubo otros.
Dos ejemplos entre muchos, me han llamado la atención. El primero, un comentario repetido hasta tres veces en una radio pública, donde se ha hecho referencia al genocidio cultural sufrido por el pueblo catalán, y el otro, la portada de un panfleto donde se recuerda a los catalanes de bien la opresión e injusticias a las que estamos sometidos. “Un año de injusticia suprema” es el titular de portada.
Esa melodramática exageración en la interpretación de los hechos, es tan ajena a lo que realmente sucedió, que uno solo puede entender tan malévola grandilocuencia, por la necesidad que tienen de ocultar sus transgresiones. Así, un mantra sucede a otro en una interminable retahíla de acusaciones sin fundamento, que termina redimiendo a los protagonistas de semejante esperpento.
Hace un año, lo que sucedió es que una parte de los catalanes (ni de lejos la mayoría) se dejaron enredar una vez más por unos insensatos que los engatusaron una y otra vez, con el único propósito de sobrevivir a los errores que su mezquina naturaleza provocó.
Mintieron, lo reconocieron, volvieron a mentir, dijeron que se arrepentían, volvieron una y otra vez a mentir y a provocar la torpe reacción de un Estado cuya constitución los protegía y sin embargo socavaban una y otra vez.
Hace un año, esos gurús del esperpento atentaron contra un pueblo y su Constitución a la que, por cierto, habían prometido lealtad y sin la cual no son nada. Desde entonces hasta ahora, su maquiavélica naturaleza juega con los sentimientos de unos y otros provocando el enfrentamiento entre catalanes, con el único objetivo de no pagar el precio de sus errores e incluso rentabilizarlos en beneficio propio.
Han coincidido en el escenario los peores líderes que pudiéramos imaginar para afrontar el mayor desafío de nuestra democracia. Sucede que en un escenario tan necesitado de grandeza abundan los mediocres en ambos lados.
Pese a todo lo expuesto tengo la razonable esperanza de que el “seny” recuperará su espacio y la inteligencia se impondrá a las compulsiones de unos y otros.
DE FALACIAS Y OTROS GÉRMENES