Una persona tiene todo el derecho a cambiar de opinión, religión o partido político, y si me apuran hasta de equipo de fútbol (aunque eso es poco probable) Entonces, ¿por qué, me resulta tan sospechosa y desagradable la actitud de un converso?
Lo cierto es que no siempre es así. Pero en demasiados casos he sufrido la obstinada persistencia de quien recién descubierta su nueva fe, se impone como una obligación sagrada convencerme de las virtudes de su nueva causa.
Siempre que eso sucede, la memoria me remite a los ejemplos que ya me incordiaron en mi juventud. Como aquel seminarista que a punto de ser ordenado, descubrió su verdad en una secta de las consideradas por aquel entonces peligrosas. Su insistencia en seducirme, y su necesidad de denunciar las supuestas falacias de su anterior creencia, mientras argumentaba con pasión a favor del nuevo orden, me resultaron insoportables. Hoy milita en un partido de izquierdas, tras ocupar por años un cargo municipal por cuenta del PP, imitando al parecer a su admirado J. Verstrynge.
Otro caso que recuerdo por la misma razón, es el de un amigo que ya no lo es (mea culpa). Tras haber militado en su juventud en la CNT, se pasó sin transición a Alianza Popular, ocupando también en este caso un puesto bien remunerado en su ayuntamiento. Años después se sintió llamado por el profeta del “Procés” no sin antes entregarse en cuerpo y alma a PSC en la época de Maragall.
Que conste, que a mí no me molestan los cambios que experimente una persona por más contradictorios que estos sean. Desde la antigüedad, tenemos ejemplos de cómo una persona entrega su alma a una causa y la contraria sin perder la vergüenza o sentirse repudiada.
Ahí está Alcibíades, que sirvió a sus amos traicionando siempre al anterior, y aun así no perdió totalmente la estima de los suyos. También me viene a la memoria, Paulo de Tarso, que tras haber perseguido obsesivamente a los cristianos, se transformó en el más fanático de sus representantes. Torquemada también es otro ejemplo. De ascendencia judía, no dudó como inquisidor en perseguir judeoconversos, como si dudando de su propia fe, necesitara poner a prueba la de los demás.
En eso, los conversos se parecen mucho a esa izquierda anacrónica representada por Podemos o esos acólitos del “Procès”, cuya causa y razón de existir, consiste en cuestionar la realidad que los pone en evidencia un día tras otro, antes que asumir la debilidad de su conversión. Y aun así no dejan de predicar e incordiar, sin asumir las contradicciones de su causa.
Lo dije al principio, uno puede cambiar una y mil veces de criterio (está en su derecho) pero el síndrome del converso, me resulta indigesto, cuando tras cada una de sus conversiones insiste en seducirme con su nueva fe.