Los españoles hemos interiorizado el ridículo de nuestros políticos como algo inevitable. Hace unos años, «La princesa del pueblo» Belén Esteban, fue una opción barajada por algunos para -según algunas encuestas-, liderar la que podía ser tercera fuerza política en este país. Desde entonces y hasta ahora se ha caído en la escenificación de los aspectos más grotescos de la historia reciente de nuestra nación. Y eso es decir mucho. Aun así nos sorprenden un día tras otro.

Quienes defienden la gestión de P. Sánchez, acostumbran a poner el ventilador en todas las direcciones y todo lo atrás posible en el tiempo, para relativizar sus errores y blanquear sus contradicciones (traiciones) y la verdad es que no les faltan ejemplos, pero lo que no consiguen pese a sus esfuerzos, es librarlo del escandaloso ridículo en el que cae en su desesperado esfuerzo por ocultar la inmundicia de una gestión que peca de todo aquello que prometió combatir.

Cambiar las leyes para exonerar los delitos presentes y futuros de la casta política, indultar o amnistiar a quienes delinquieron contra el Estado y la Constitución que juraron respetar y proteger, practicar el totalitarismo más sibilino arrastrando a los suyos en el proceso, ejercer el nepotismo más burdo y luego intentar ocultarlo descalificando a los jueces que lo investigan…todo eso y más, estamos sufriendo por parte de quienes no temen otra cosa que perder los privilegios del poder. En ese proceso, hacer el ridículo es la menor sus preocupaciones.

En los próximos días un Puigdemont muy crecido, aportará seguramente, su propia escenificación en cuanto al ridículo se refiere -y lo ha hecho en incontables ocasiones-. Olvidando el consejo de Josep Tarradellas, Presidente que fue de la Generalitat, cuando dijo “En política es pot fer tot, menys el ridícul’” (“En política se puede hacer todo, menos el ridículo”) se propone según ha anunciado presentarse en el Parlament para bloquear la investidura y de paso poner en evidencia a quien lo amnistió.

Que aquel que lideró “el Procès” sin convicción, que huyó escondido en el maletero de un coche, que abandonó a su suerte a sus socios en prisión, que buscó poner en evidencia (como si fuera la reencarnación del traidor Juan de Escobedo) nuestra democracia y Estado de Derecho buscando la complicidad de los extremistas más impresentables (Rusia incluida), que este personaje tenga las llaves de la gobernabilidad en este país roza el esperpento político más absoluto. A este ritmo, el riesgo de premiar con nuestra confianza a la Belén Esteban de turno es el menor de nuestros males futuribles.

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