La sociedad española hace años que está polarizada en torno a ideologías políticas y los partidos que la representan. No es la única, y en cierto modo tiene su lógica, siempre y cuando (por lo menos en democracia), esa polarización no nos conduzca a confrontaciones autodestructivas fruto de esas compulsiones que nos han caracterizado a lo largo de los siglos.
Más extraño y cuestionable es que esa polarización gire en torno a los protagonistas de unos episodios que no son solamente objeto de denuncias e imputaciones judiciales por el peor de los delitos que a mi juicio puede cometer la clase política, eso es la corrupción, la prevaricación o el nepotismo, sino como en este caso y otros parecidos, la acción corruptora ya no pretende solamente exonerar a los que han sido condenados por esos delitos, (caso de los ERES), también y con el mismo descaro y prepotencia, enfangar la acción de los jueces, desacreditándolos, acosándolos… en una acción propia de las dictaduras más bananeras.
A nadie sorprende a estas alturas que la corte de Pedro Sánchez, bufones incluidos, se hayan doblegado a la voluntad de su amo. Si algo nos ha demostrado este hombre es su conocimiento de las debilidades que definen a quienes lo sostienen. Que algunos medios cuestionen la imparcialidad de los jueces ya no sorprende a nadie, pero que el ministro de justicia esté cuestionando un día tras otro la institución que debería proteger, con el objeto de blanquear a costa de la dignidad de los magistrados, la corrupción de su jefe y el partido que dirige, debería hacernos reaccionar con algo más que la simple y natural indignación. Pero aquí estamos. Esperando que de una u otra manera todos todas y todes se vayan de rositas. Si no, tiempo al tiempo