Lo que voy a contarles me ha ocurrido hoy, hace solo cincuenta minutos.

Y voy a contarlo porque tal vez sea de utilidad para alguien. O tal vez no.

Dando un paseo cerca de mi casa hablo por teléfono con mi amigo Edu Galán. Se acerca una mujer joven con mascarilla e interrumpe la conversación. Dice que busca trabajo como empleada de hogar, y si conozco a alguien a quien interese. Respondo que no.

Me dice que es portuguesa (no creo identificar ese acento, sino uno del este de Europa) e insiste mucho. Cuando le repito que no conozco a nadie que necesite empleada de hogar, me pregunta, literalmente: “¿Y tienes algún amigo al que le interese hacer el amor?”.

Respondo que tampoco tengo amigos así y hago ademán de irme. Me agarra por un brazo e insiste: “¿De verdad no conoces a nadie?”. Doy un tirón y libero mi brazo mientras me pregunto cómo habrá llegado hasta aquí (afueras de Madrid): si sola o si la habrá traído alguien.

Vuelve a agarrarme por el brazo. Aunque llevé una vida agitada, me siento indefenso. Ni siquiera me atrevo a zafarme con brusquedad. A esa joven le bastaría con ir a la Guardia Civil y decir cualquier cosa, y yo pasaría esta noche en un calabozo, por lo menos.
Eso, de momento.

Libero al fin mi brazo, me alejo, vuelvo a telefonear a Edu y se lo cuento.
“Acojonado me tenía” le digo.

“Lo que viene de camino y el paisaje que nos espera van a ser de órdago”, añado.

Y Edu me dice que sí, que en efecto. Que van a ser de órdago.

Deja un comentario