Aquí estamos de nuevo, en el circo de la política española, donde las declaraciones descabelladas y los protagonistas cuestionables nunca dejan de sorprendernos. Esta vez, el honor de soltar una perla de sabiduría recae en el terrorista Arnaldo Otegui, ese nombre que provoca escalofríos a cualquiera que conozca su historial, menos a socialistas de medio pelo que no tienen reparos en sentarse a hablar con él.

Sí, el mismo Otegui que forma parte de una organización terrorista responsable de más de 850 asesinatos, el individuo que ha dejado un rastro de sangre y sufrimiento a lo largo de su carrera delictiva, se siente con la autoridad moral para decirnos quién está o no “deslegitimado” para presidir instituciones.

¿Qué puede salir mal en un país donde un individuo como él se atreve a dar lecciones de ética y legitimidad?

Sería gracioso si no fuera patético. Cualquier periodista sensato habría aprovechado la oportunidad para recordarle a Otegui su lugar y su falta de autoridad moral. Pero, por supuesto, eso es demasiado pedir en una nación donde la izquierda tiene su corral de palmeros, dispuestos a justificar lo injustificable.

Hablemos claro: estamos hablando de un individuo y un grupo que han cometido atrocidades inhumanas. Han arrebatado vidas inocentes, incluyendo las de mujeres y niños. Han dejado a familias enteras destrozadas, obligándolas a vivir en el exilio o en un constante estado de terror. Pero no, no te preocupes, no estamos hablando de un simple beso no consentido, sino de la pesadilla de tener una bomba puesta en tu camino en cualquier momento.

Cuando alguien como Otegui es considerado parte de “tu equipo”, deberías tomarte un momento para reflexionar sobre tus elecciones de compañía. Si no eres capaz de hacer esta autocrítica, tal vez sería sensato considerar una visita a un centro de salud mental, porque algo claramente no está bien.

La degradación moral y ética que implica permitir que un individuo con su historial hable sobre lo que es el bien y el mal es indignante. Es un reflejo de la podredumbre que ha arraigado en este país en el que vivimos. Pero, en última instancia, la responsabilidad recae en aquellos que siguen permitiendo que estos personajes tóxicos tengan un lugar en la conversación pública. Mientras eso no cambie, el circo de la política española continuará con sus actos lamentables y sus payasos morales.

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