Pueden ustedes creerme cuando digo que comentar las acciones o la personalidad de Sánchez, su socio Iglesias y sus compañeros de viaje, me aburre más allá de lo soportable. Será por eso, que tengo la sensación de que no consigo transmitir la diferencia entre los justificados temores que esa coalición me genera y la inevitable aceptación de las reglas que la democracia me impone y que yo acepto sin reservas.
El gobierno de coalición liderado por Sánchez, es legítimo y democrático, por más que se esfuercen algunos en decir lo contrario. La cultura democrática nunca ha sido nuestro fuerte, aun así debemos respetarla sin renunciar a cambiar aquello que, estando legitimado por las urnas, es malo para los intereses de toda la sociedad. Yo creo firmemente que este gobierno es un peligro de orden superior a todos los que lo han precedido, pero no apoyaré un boicot que obedezca a los intereses de otros cuyas intenciones y tácticas me inspiran los mismos temores.
Entonces ¿qué me atrevo a sugerir desde mi insignificante atalaya?
La mayoría aceptará conmigo que entre el PSOE, Y PODEMOS, suman un peligro difícil de evaluar, pero que ya anuncia su naturaleza. También cabe recordar, que pese a su peculiar carácter, P. Sánchez, evitó a Iglesias con un empeño digno de considerar, mientras intentaba superar las líneas rojas con las que Ciudadanos lo tenía acotado. Si Sánchez intentó cualquier otra fórmula, antes de asumir la coalición presente, es presumible que ahora viendo el resultado, y los riesgos futuros, esté predispuesto a ese Pacto de Estado que le exige la crisis presente, siempre que no le arrebate el protagonismo de la Moncloa, pero que si entregue parte considerable de la gestión que importa a la oposición, tras formalizar el pacto necesario. Ese resultado reduciría a Podemos a los escraches y poco más, y el resto del Parlamento a trabajar en solucionar esta emergencia nacional que de lo contrario nos puede engullir.
Las grandes crisis en aquellos países con democracias consolidadas siempre se han superado con un Pacto de Estado donde los tóxicos periféricos quedaron excluidos. España necesita aprobar esa asignatura en un momento en que lo contrario implica un riesgo difícil de evaluar. Mandar a Pedro Sánchez a su casa es más difícil, por no decir imposible, que hacerlo parte de una ecuación que haga viable nuestro futuro. A eso se le llama pragmatismo. Así de sencillo.