Hace alrededor de dos años el pueblo de Balaguer fue el escenario de uno de los episodios más vergonzosos que han definido la reciente historia del “Procés” catalán.

No fue el primero, ni desgraciadamente tampoco el último, pero si fue el que más me conmovió a nivel personal por tener un conocimiento directo de las circunstancias en que este se desarrolló.

También del sufrimiento de la familia que lo padeció.

Unos padres decidieron valientemente exigir el cumplimiento de la ley en lo que se refería a la educación escolar de sus hijos.

Ingenuos ellos e ignorantes (o quizás excesivamente valientes) de que la ciudad en la que vivían, como otras muchas en Cataluña, se había transformado en territorio comanche para aquellos catalanes que, sintiéndose españoles, reivindicaban simplemente que se les trate como tales y se respeten las leyes que los amparan.

El precio de una exigencia tan lógica en un estado de derecho que se aprecie, se transformó aquí en una pesadilla que ejemplifica lo que muchos quieren ignorar convenientemente, pero que cada vez es más evidente.

En Cataluña, en nombre de la libertad y la democracia se han instalado (con el consentimiento de muchos) las formas y métodos del totalitarismo más rancio.

Balaguer, para su vergüenza, fue el escenario del acoso y derribo a esta familia.

Los responsables del centro escolar advirtieron con cinismo cuáles iban a ser las consecuencias. Una filtración sobre la identidad de estos padres, y peor aún, de sus hijos, expuso a estos a la furia de la tribu nacionalista.

No solo su medio de vida fue boicoteado, también anónimas llamadas telefónicas entre otros medios hicieron de su existencia un mal vivir.

El peor episodio sin embargo fue cuando al ir como cada día con sus hijos a la escuela de referencia una rabiosa chusma de más de 500 personas los esperaban para acosarlos como solo la tribu más huérfana de valores suele hacerlo.

Irónicamente, en ese acto tan vil, proclamaban los valores que estaban pisoteando.

Yo y parte de mi familia, junto con muchos compañeros de la SCC acudimos como pudimos y en el número que fue posible (100-150) a apoyar a esta joven y valiente familia. Casualmente, ninguno de los cobardes que habían hecho acto de presencia para expulsarlos de su ciudad fueron visibles ese día.

Nuestro apoyo pese a todo no fue suficiente.

Un matrimonio con hijos pequeños abandonado por las instituciones que debían protegerlo tuvieron que doblegarse, abandonar su negocio y su ciudad e intentar iniciar una nueva vida en un nuevo lugar.

La prensa catalana, los tertulianos al servicio del régimen, los medios en general, construyeron una falsa realidad en la que ese triste acontecimiento no tenía relevancia alguna dada su excepcionalidad.

Como buenos mercenarios del régimen sirvieron a sus amos como estos les exigían.

Hoy el “Síndic de Greuges” da la razón a aquella familia, lo hace tarde y sin compensarla por la desidia de la administración a la hora de protegerlos.

Nadie les devolverá lo perdido, pero habrán servido como ejemplo para miles y miles de padres que temerosos de pagar las mismas consecuencias ocultan su indignación y se someten a las democráticas instituciones catalanas.

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