A comisaría viene todos los días una mujer que siempre hace lo mismo: entra, dice buenas tardes y saca un café con leche de la máquina.

Es bajita y delgada. Tiene el pelo negro y camina siempre a pasos cortos y rápidos. Los que llevamos más tiempo sabemos que se llama Estefanía y tiene 68 años. Que además vive sola y muy cerca de comisaría. También sabemos que es «especial».

Los compañeros nuevos solo saben de ella que es una mujer pintoresca y que siempre hace y dice lo mismo. A pesar de todo, si te paras a hablar un poco con Estefanía, puedes tener una conversación normal de casi cualquier cosa.

Ninguna tarde falla. Alrededor de las seis, entra a comisaría, saluda al compañero que está en la puerta y sin decir nada más va hasta la máquina y saca un café con leche.

El compañero de la puerta, si es de los nuevos, se queda con la palabra en la boca preguntándole si ha venido a denunciar.

  • ¡Señora! ¡No puede entrar así a comisaría sin decir a dónde va! A ella se la trae al pairo. – No pasa nada compi – le decimos – Es conocida.

  • ¿Cómo está, Estefanía? – le preguntamos. – Bien – contesta sin quitar la vista de la máquina mientras espera su café con leche. – ¿Y Roberto? – nos pregunta. – Hoy no ha venido – le contestamos.

Roberto es un compañero que estaba en el grupo de investigación y que llevó un caso de robo en el domicilio de Estefanía. Gracias a él se recuperaron todos los efectos robados y se detuvo a los culpables.

De eso hace cinco años. Y Roberto, el compañero en cuestión, hace tres que se jubiló.

 

 

A ella le da igual. Por mucho que se lo hemos explicado y contado siempre vuelve a la tarde siguiente. Y es que, lo que de verdad busca, es compañía; hablar con alguien mientras se toma su café con leche.

El primer día de confinamiento también vino. Nosotros le explicamos lo que pasaba y que no podía salir de casa si no era para algo importante. Le dio igual. Al día siguiente volvió.

Estuvo viniendo durante varios días aun estando vigente el confinamiento, y por mucho que le explicábamos, siempre preguntaba por Roberto. Hasta que un día, ya no la vimos más.

  • Estará confinada en su casa – decían algunos. – ¿Y por qué ahora? ¿Por qué no el primer día que se lo dijimos? – decían otros. – No le habrá pasado nada. ¿No?

Un día, patrullando cerca de comisaría, mi compañera y yo la vimos empujando un carro de la compra. Iba con mascarilla y guantes. – ¡Estefanía! ¿Cómo estás? – Bien, bien. Entonces salimos de dudas.

Resulta que un día se cruzó con Roberto, el compañero jubilado, y este le dijo lo mismo que nosotros sobre el confinamiento y sobre quedarse en casa. Pero claro, se lo dijo Roberto, el policía que investigó su robo en domicilio y recuperó sus efectos.

Entre ellos, una cosa que Estefanía apreciaba por encima todo: el anillo de compromiso que su marido, fallecido hace quince años, le regaló.

 

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