Durante toda la historia de la Humanidad, se han hecho grandes esfuerzos por reescribir la Historia, y existen multitud de ejemplos tanto antiguos como modernos de esta práctica.
En el antiguo Egipto, tras la muerte del Faraón Akenatón se derruyó hasta los cimientos su ciudad de Tell El Amarna para borrar la existencia de este faraón hereje.
En Roma se aplicaba la “Damnatio memoriae” lo que implicaba que se borrara el nombre y la imagen de la persona condenada de edificios, estatuas, monedas, o cualquier recordatorio público. Pero por si eso no era suficiente, las leyes que hubiese dictado, o las obras que hubiese edificado, se las apropiaba su sucesor.
En época más moderna, Stalin no solamente destruyó todos los libros de sus enemigos políticos, sino que censuró la presencia de sus oponentes en las fotos oficiales, borrando directamente su imagen del retrato.
Dejo al discernimiento de cada cual lo que implica la Ley de la Memoria Histórica.
Y por mencionar una coyuntura más reciente, doméstica y hogareña, podemos recuperar la foto que viene bajo el epígrafe “Els membres del govern legitim”de donde desapareció la imagen de Santi Vila, pero de la que se olvidaron burdamente de suprimirle las piernas.
Es el péndulo de la Historia. Pero todos estos casos tienen un denominador común, y es que son las víctimas de sus abusos, sus coetáneos, o sus sucesores más inmediatos quienes pretenden ejercer una justicia cósmica aniquilando todo rastro del odiado antagonista o predecesor.
Pocas personas pueden entrar en la denominación de completamente perversas, y no hay icono que no tenga su lado oscuro, pero es tarea de los historiadores despojar al personaje de los barnices de la propaganda o de los libelos, y ofrecernos una visión aséptica de los hombres y mujeres de la Historia basada en los hechos estrictos sin pasar por el filtro de las razones ideológicas.
Pero ahora ha surgido un fenómeno nuevo. Asisto perplejo a un movimiento de masas que se dedica a derribar las estatuas de todos los prohombres de su nación, por considerar que eran esclavistas, genocidas, conquistadores o cualquier otra cosa que no concuerde con su dictadura de lo políticamente correcto, obviando de forma interesada, el contexto de los hechos denunciados. Pero lo triste de esta corriente es su absoluto analfabetismo.
La estatua de Constantino el Grande de la catedral de York (ciudad donde fue proclamado emperador) está bajo sospecha por las protestas derivadas del movimiento Black Lives Matter que ya ha vandalizado las de Colón, Cervantes o fray Junípero Serra bajo el argumento de que este soberano apoyaba la esclavitud.
Pretender juzgar la vida de los hombres que vivieron en otros siglos con los criterios de hoy, es tan absurdo como si vinieran a cuestionar nuestra democracia unos extraterrestres, porque cada generación es el resultado de su época, de sus circunstancias y de su experiencia. La esclavitud no se abolió en parte de Occidente hasta la segunda mitad del siglo XlX y todas las personas que vivieron antes de esa fecha participaron de una u otra manera en ella. Todavía hoy, la esclavitud es tolerada en algunos países.
Pero justamente Constantino el Grande no es el mejor candidato para esos reproches. Bien fuera por la influencia de los cristianos, o porque era un humanista “avant la letre”, en su legislación intentó mejorar las condiciones de los reos y de los esclavos. Paso directamente de la wikipedia sus principales leyes:
“Por primera vez, las niñas no podían ser secuestradas.
No se permitía mantener a los prisioneros en completa oscuridad, sino que era obligatorio que pudieran ver la luz del día.
Los juegos de gladiadores fueron eliminados en 325, aunque esta prohibición tuvo poco efecto.
El propietario de un esclavo tenía sus derechos limitados.
La crucifixión fue abolida por razones de piedad cristiana, aunque el castigo fue sustituido por la horca para mostrar que existía la ley romana y la justicia.
El domingo fue declarado día de reposo el 7 de marzo del 321, por primera vez en la historia,35 en el cual los mercados permanecerán cerrados, así como las oficinas públicas y talleres, excepto para el propósito de la liberación de esclavos. Se permitía, si era necesario, en las granjas.”
Pero lo más doloroso de esas turbas ignorantes es su absoluto desconocimiento de los personajes que denigran. No son más que una caterva de necios impulsados por sus instintos más básicos que embisten al señuelo de una muleta manejada por otros más discretos y más astutos.
La última ha sido la estatua del Dr. Fleming en Madrid al que estos iluminados le han pintarrajeado en el pedestal la palabra “asesino” (SIC).
Si la ignorancia y su compañera la estupidez son los motores de estas reivindicaciones, corremos el peligro de que los axiomas del totalitarismo y sus falacias invadan el poco espacio que estamos dejando a la inteligencia y a la razón
De cuantas cosas me cansan
fácilmente me defiendo,
pero no puedo guardarme
de los peligros de un necio.
Lope de Vega