En democracia las urnas son la respuesta a cualquier interrogante en torno a la voluntad popular. Aun así, el derecho a manifestarse está contemplado en nuestra Constitución como un instrumento complementario a lo anterior. Ningún gobierno, por más apoyo que haya recibido en las urnas, ignora una reclamación popular cuando esta es tan masiva como la presente, y, sin embargo, este ejecutivo la soslaya, la desprecia y la combate estigmatizándola.
Parece que lo que la izquierda radical manifestó con convicción en su momento, se ha vuelto un dogma que ha seducido a esa izquierda moderada que antes representaba el partido socialista. “Las calles son nuestras, y siempre lo serán.” Esa fue la declaración de un revolucionario de salón hoy desaparecido de la primera línea, aunque siempre presente tras las bambalinas.
La situación presente sugiere un cambio que venía anunciándose en los últimos años. Las calles ya no son propiedad exclusiva de los agentes de caos. Para sorpresa de esa izquierda radical que se apoderó de los espacios públicos para imponer su relato, hoy la ciudadanía democrática y moderada ha asumido que ese derecho también le corresponde, y con más justicia si cabe. Hoy, en la Cibeles hemos sido testigos de esa determinación, esa conciencia democrática que dice a un gobernante felón “Por ahí no vamos a pasar” “No lo vamos a consentir” y lo han expresado con contundencia y pacíficamente.
Las consecuencias no las percibiremos a corto plazo, más bien al contrario. La malicia de la coalición gobernante los llevará a intentar ridiculizar e interpretar de forma negativa cualquier manifestación popular que vaya en contra de sus intereses, y ahí estarán los mercenarios de los medios, siempre al servicio de sus amos para contribuir en lo necesario. Aun así, tarde o temprano, la traición socialista y la mezquindad de su líder Pedro Sánchez les pasará factura. Hasta entonces, un pueblo ninguneado, verá traicionada su voluntad, y lo que es peor, serán protagonistas de un relato manipulado, donde su defensa de la democracia y del orden constitucional se transforme en la boca de estos felones, en todo lo contrario.
Así apaciguan su espíritu, quienes traicionan sus principios y se ven expuestos a la vergüenza pública. Aunque solamente sea por eso, habrá valido la pena.