Escuchaba en la COPE a un comentarista quejarse de que en esta España nuestra, pocos están vacunados contra la retórica engañabobos con la que los políticos nos obsequian un día tras otro sin que reaccionemos más allá de algún exabrupto en la redes, contra tamaña falta de respeto.

Yo no me quejo, ni siquiera me sorprendo. Todos y cada uno de nosotros se atribuye un mayor entendimiento que el resto de nuestros conciudadanos. No es muy normal ni saludable que así sea, pero es humano. Aun así, todo tiene un límite. En esta tierra nuestra (Cataluña) la retórica manipuladora de unos y otros dividió nuestra sociedad de forma casi irreparable. La extenuación de todos, las contradicciones de otros, y la pusilánime reacción de quienes algo podían aportar, nos llevó a una situación de irreversible gravedad. Hoy todos manifiestan su voluntad de reconciliación y recuperación, pero seguimos esforzándonos en direcciones contrarias.

Escuchar esta mañana a Laura Borras exponer sus delirios en un programa de máxima audiencia (Ana Rosa) sin que nadie la cuestione, resulta bochornoso y ofensivo. Ofensivo, cuando elude contestar a lo que se le pregunta para esquivar la evidencia de sus mentiras, mientras aprovecha para ofender a todos los españoles como parte de un estado represor, tiránico y antidemocrático sin que se le caiga la cara de vergüenza, ni a ella, ni a quien le aplaude en directo por su supuesto espíritu conciliador. Esa es la actitud generalizada en quienes cometieron el error que ahora Pedro Sánchez pretende legitimar. No faltan voces cualificadas para desenmascarar la mentira tras la elocuencia de esta señora y otros como ella, pero en raras ocasiones aparecen cuando es necesario.

Tampoco parece sorprender a nadie, el hecho de que O. Junqueras haga profesión de fe democrática -después de la que montó- renunciando a la unilateralidad, mientras su delfín (Aragonés) firma todo lo contrario con sus socios de gobierno, ocultando la naturaleza de sus intenciones entre eufemismos, y expresiones vacías. Aunque nadie supera a Sánchez y sus lacayos, retorciendo el sentido y espíritu de nuestro Estado de Derecho para justificar su “traición” como responsable máximo de un gobierno que claudica cínicamente, eso sí, envuelto en la retórica buenista que tanto daño ha causado desde los tiempos de Zapatero.

Las contradicciones, las mentiras de Pedro Sánchez merecen por si sola una antología del disparate y el oportunismo. Nadie puede tomarse en serio las propuestas de este hombre, y en ese sentido, su conciliación con el universo nacionalista dará resultados sorprendentes. Yo asumo, que ninguna de las decisiones posibles satisfará a todos. Y que en este caso las soluciones propuestas, obedecen a intereses inconfesables pero claramente identificables. Pero que nos traten como tontos una y otra vez, sin que la ciudadanía responda con la rotundidad necesaria, sugiere algo sobre nosotros mismos.

Mientras tanto, el resto del mundo nos observa sin dar crédito. Tribunales cuestionados por el gobierno de la nación para satisfacer a terceros como si viviéramos en una república bananera cualquiera. Nuestros diplomáticos en apuros y desconcertados, intentando explicar y justificar lo contrario de lo que defendían el día anterior.

Y finalmente, los sufridos ciudadanos de esta comunidad, unos por prestar oídos a ese desafinado canto de sirenas, que no los condujo a ninguna parte, más allá de la confrontación y la frustración. Y otros, por creer que cuarenta años de democracia, una Constitución, y el Estado de Derecho asociado a ella, les garantizaba un espacio de confort.

Mentiras, retórica sin contenido y mucho morro.

Así estamos.

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