¡Ay, la FAFFE! Ese hermoso ejemplo de cómo una fundación pública puede convertirse, sin despeinarse, en la sede alterna del chiringuito socialista andaluz. El sueño húmedo de cualquier cacique de partido con más parientes en el paro que en el censo. Porque, seamos sinceros, lo que ha destapado la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil no es solo un caso de corrupción: es un episodio de “Cuéntame cómo enchufarte sin que parezca que cobras por no hacer nada”.

FAFFE: Fundación Andaluza Fondo de Formación y Enchufe

La FAFFE nació en 2003, en plena orgía institucional del PSOE andaluz. Su supuesto objetivo: fomentar el empleo. Su verdadero propósito: colocar a los coleguitas del partido y, de paso, asegurarse de que a la hora del aperitivo nadie del clan familiar se quedara sin nómina. Tan descarado era el asunto que ni Netflix podría haberlo guionizado mejor. ¿Una agencia pública de colocación que convierte contratos temporales en vitalicios por la cara? ¡Claro que sí, guapi!

En total, 85 “elegidos” fueron agraciados con contratos arbitrarios, pluses sin justificar y sobresueldos que harían sonrojar al mismísimo Bárcenas. Y no hablamos de pringaos de tercera fila: entre los premiados estaban la esposa de Juan Espadas (sí, el portavoz del PSOE en el Senado), un exalcalde de Montellano, un sindicalista de UGT, una sobrina de Cándido Méndez y hasta el hijo del alcalde de Valverde del Camino. El árbol genealógico socialista convertido en organigrama público. Si no estabas en la FAFFE, es porque no te querían en tu propia familia.

El método FAFFE: menos méritos, más mails

El modus operandi era tan elegante como un ladrillo en el parabrisas. Contratos por obras y servicios que se eternizaban como el mandato de Maduro y que, mágicamente, acababan convirtiéndose en puestos fijos. ¿Concursos públicos? ¿Oposiciones? ¿Transparencia? Bah, pamplinas burguesas. Aquí lo que importaba era mandar el mail correcto al jefe de RRHH. Así fue como la señora de Espadas logró su puesto en solo cuatro días. Porque en Andalucía, si eres “compañero”, los procesos administrativos no tienen por qué durar más que un finde en la playa.

Y no solo entraban rápido: una vez dentro, los enchufados cobraban más que los funcionarios de carrera. Con dos narices. Presumían de ello sin rubor. “Gano más que un funcionario y ni siquiera me piden venir a trabajar a diario”. Era el chiste recurrente en los pasillos de la FAFFE. Eso sí que es conciliación laboral.

Sobresueldos a la carta y pluses gourmet

Lo mejor del festín eran los sobresueldos “arbitrarios”. La palabra que usa la Guardia Civil en su atestado de 700 páginas (sí, 700, como para empapelar el despacho de un juez). Porque aquí no se trataba de pagar por resultados o méritos. No, aquí los pluses llovían según el grado de afinidad política y el nivel de peloteo interno.

Uno de los cerebros de esta maquinaria, Fernando Villén, fue el capo di tutti i capi durante los ocho años que la FAFFE estuvo activa. Bajo su mando, el chiringuito funcionó a pleno rendimiento. No hay constancia de que cobraran por productividad, pero si la productividad se medía en fidelidad al partido, entonces esos sueldos estaban perfectamente justificados.

Cuando enchufar era un arte y el mérito una molestia

La FAFFE fue, en esencia, el monumento al clientelismo. No era solo un sitio donde colocar a afines. Era un mecanismo para premiar la lealtad ciega y castigar el pensamiento crítico. ¿Querías prosperar? Olvídate de formarte, de opositar o de tener experiencia. Lo que necesitabas era un primo con carné del PSOE y una capacidad sobrenatural para tragar con todo.

Así se construyó una red de “trabajadores públicos” sin oposición, sin evaluación, sin control. Gente que entró por la puerta de atrás y se quedó a vivir en el palacio, comiendo del presupuesto público mientras los funcionarios de verdad sacaban las oposiciones con el sudor de su frente. Un insulto institucionalizado, pero legalmente bendecido. Hasta que, claro, se les fue de las manos.

De la FAFFE al SAE: el reciclaje de la desvergüenza

Cuando en 2011 la fundación se extinguió (por pura vergüenza o porque ya no quedaba dinero para repartir), todos sus empleados fueron integrados en el Servicio Andaluz de Empleo. Así, sin más. Como quien cambia de aula en el colegio. De la agencia de enchufes pasaron a ser empleados públicos de pleno derecho. Sin pasar por ninguna prueba. Porque, oye, si ya llevas tiempo calentando silla, ¿para qué hacer un examen?

Fue el triunfo absoluto del “todo queda en casa”. Una fiesta privada pagada con dinero público, donde lo importante no era cuánto sabías, sino a quién conocías. Una red tan perfectamente tejida que ni las tramas de Villarejo habrían podido deshacerla del todo.

¿Y ahora qué? ¿Indignación? ¿Investigación? ¿Revolución? Nah…

La pregunta es: ¿por qué esto no ha generado una revuelta ciudadana? ¿Dónde están las cacerolas? ¿Dónde la indignación? ¿Dónde el escándalo? Pues muy sencillo: estamos tan acostumbrados a este tipo de estafas que ya no nos sorprende. El nivel de tolerancia a la corrupción en España es tan alto que podríamos montar un parque temático y aún así quedarnos cortos.

La FAFFE no fue una excepción. Fue el síntoma de una enfermedad crónica: la institucionalización del amiguismo. Una enfermedad que el PSOE andaluz supo explotar con maestría, pero que no es patrimonio exclusivo de ningún color político. Todos los partidos, tarde o temprano, montan su FAFFE particular. Solo que algunos lo hacen con más disimulo.

Conclusión: España, ese lugar donde el enchufe no es delito, es tradición

Lo ocurrido con la FAFFE debería llenar titulares, provocar dimisiones y levantar manifestaciones. Pero no. Aquí seguimos, como siempre, con la resignación del que sabe que esto es solo otro episodio más del culebrón institucional. Otro capítulo de “Cómo saquear las arcas sin que nadie te tosa”.

Así que, si estás leyendo esto y te indignas, enhorabuena: todavía te queda un ápice de decencia. Pero si te parece normal, si piensas “bueno, todos lo hacen”, entonces relájate, ponte cómodo y prepárate para el próximo escándalo. Porque en España, el enchufismo no se castiga: se hereda.

Y mientras tanto, los verdaderos funcionarios, los que aprobaron unas oposiciones, estudiaron y curran de verdad, seguirán tragando con nóminas ridículas, viendo cómo los enchufados de la FAFFE se pasean por la administración con la chulería del que sabe que tiene el culo blindado.

En fin, que viva el enchufe. Que viva la FAFFE. Y que viva el PSOE, el partido que nos enseñó que la familia, si es socialista, siempre tiene premio.

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