Destrozan la poca fe que nos queda, nos hunden el ánimo, generan confrontaciones que alteran la convivencia, corrompen el alma de un pueblo que solo quiere vivir en paz y prosperar en lo posible. Fomentan el odio entre ciudadanos que, sin sus tóxicas manipulaciones, se centrarían en otras prioridades, como la familia, el trabajo, e intentar ser felices con los suyos… pero no lo permiten. Imperturbables al daño que nos causan, impermeables a la vergüenza de sus acciones, adictos al poder a cualquier precio, sin consideración a la dignidad a la que están obligados como representantes de la Nación. Todo eso y más define a nuestra clase política. A unos más que a otros.
Inevitablemente, un escenario tan perverso como este, termina alterando la percepción de la ciudadanía, convenciéndoles de que un régimen es igual a otro. Que todo es una farsa, y que la escenificación de esta democracia es otro trampantojo que conforma a un pueblo previamente condicionado (aborregado piensan ellos). Finalmente, se impone el totalitarismo de siempre (El que ignora y desprecia al pueblo).
El lobo con piel de cordero, mostró su naturaleza hace tiempo, aun así una legión de carroñeros lo acompañan en el esfuerzo de blanquear sus desmanes. Creía que habíamos tocado fondo, pero parece que las tropelías de esta gente no tienen límites. Que Dios nos coja confesados.