Los totalitarismos se manifiestan generación tras generación y no siempre con la misma apariencia. Quienes son portadores de ese virus, han aprendido que su éxito depende del disfraz que adopten, aunque siempre de una u otra manera necesitan estimular los instintos más bajos de aquellos a los que pretenden seducir. Y lo consiguen con sorprendente facilidad. Así en la culta Alemania, prosperó para sorpresa del mundo, el nazismo, y no lo hizo porque unos cuantos millones de alemanes se vieran seducidos por un supremacismo que los rescataba de su frustración y gris existencia, miles de intelectuales se doblegaron y blanquearon los delirios de aquellos infames. El relato de aquella claudicación por parte del mundo académico, periodístico y hasta judicial ha sido ampliamente estudiado y denunciado, lo cual nos deja entender los mecanismos que permiten que semejante vergüenza se repita, como viene sucediendo en la comunidad catalana.

A la natural aunque indeseable manifestación de mensajes excluyentes y estigmatizadores por parte de sus acólitos, se suman sin pudor gran parte de la inteligencia catalana, de hecho no son pocos los que han descubierto los beneficios de doblegarse y colaborar con quienes construyen una realidad alternativa contraria al Estado de Derecho y a gran parte de la ciudadanía. Pero no a todos afortunadamente. Javier Cercas es uno más de los que no temen denunciar las falacias del nacionalismo, además tiene la energía y el talento para afrontar las consecuencias donde otros muchos no solo han claudicado, también como perros hambrientos han optado por servir a sus amos a cambio de un espacio en ese pesebre donde nunca falta el pienso para los serviles y agradecidos. Pero no es el caso de Javier Cercas y de otros tantos, (quizás no tan conocidos pero igualmente significados,) el que merece mayor reconocimiento. Millones de catalanes soportan estoicamente las embestidas de unos medios y unas instituciones que los ningunean sin consideración alguna a su existencia, mientras antiguos amigos, familiares, vecinos y conocidos los marginan y desprecian por no acomodarse al nuevo orden.

Tardarán y algunos quizá no lo veamos, pero el escenario cambiará, y veremos reciclarse a estos elitistas (algunos ya lo están haciendo) cuando los vientos cambien de dirección.

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