Inmigrar o emigrar, dos acciones que marcando matices vienen a decir lo mismo: eso es, abandonar tu hogar, a veces tu familia, buscando oportunidades que tu lugar de origen no te ofrece. No existe un pueblo en la tierra que no haya sido una u otra cosa, y a menudo ambas. Desde que se tiene información, los pueblos han emigrado generando en el proceso trastornos traumáticos, o lo contrario, notables beneficios en el desarrollo de la sociedad que los acogía. Hoy, la mayor potencia de la historia, EEUU, es un crisol donde pueblos y culturas de diferente origen han contribuido a sumar y a hacer de ella lo que es, aunque cierto es que no fue fácil o que ha generado desagradables efectos colaterales. Hubo otros casos en el pasado, donde eso no sucedió, y la sociedad receptora se desintegró, como consecuencia de unas inmigraciones que terminaron siendo invasiones, como en el caso del imperio romano (alanos, godos, visigodos, suevos… etc.) que terminaron derribando al imperio que los acogió. Desde entonces hasta ahora, la Historia es un ejemplo donde la experiencia de la inmigración ha determinado lo que son los pueblos del siglo XXl casi en su totalidad.

El caso es que en los últimos tiempos la inmigración se ha desbordado, de manera que los países receptores, o no tienen los medios, o no tienen la inteligencia necesaria para administrar ese drama humanitario. Cabe decir que en el caso de Europa, escasean ambas cosas, y las consecuencias negativas son tan notables, que la otrora humanitaria sociedad europea, está revirtiendo su tradicional espíritu solidario a todo lo contrario, eso sería, una resistencia a lo foráneo que, como efecto secundario, ha generado reacciones populistas claramente xenófobas, y cuyo futuro promete tener efectos colaterales muy negativos si no abordamos este asunto con la seriedad y el pragmatismo requerido.¿Está Europa obligada a ser receptora de todos los inmigrantes económicos, los refugiados políticos, o sencillamente de todos esos millones que ven nuestro “Estado del bienestar” como un paraíso inalcanzable en sus propios países? Son muchos los que piensan que sí.

Éstos participan de un redentor espíritu humanitario, y otros muchos de un autodestructivo sentimiento de culpabilidad que los lleva a querer obligarnos a asumir la carga del mundo aunque eso lleve implícito el riesgo de nuestra desaparición como destino atractivo. Alegan, y no sin razón, que muchos de los problemas que generan estas oleadas humanas son principalmente consecuencia de las irresponsables acciones de nuestros gobiernos en sus lugares de origen, por no hablar del expolio al que fueron sometidos por esas multinacionales de moral inexistente. También es cierto que la mayoría de los otros países, carecen de ese sentimiento de culpa pese a que también son responsables del dolor y la miseria que afecta a tantos millones y millones de desgraciados. Sea como sea, los inmigrantes que provienen de África, o los refugiados de Oriente Medio y otros países en conflicto, no buscan el fraternal refugio de sus países vecinos, ni siquiera de esos países con los que comparten estilos de vida y creencias. Europa parece ser el destino, y una parte considerable de nuestra sociedad está dispuesta a acogerlos; otra no tanto.

Gran parte de la sociedad europea ha acabado por identificar sus problemas (incluso existenciales) con la masiva inmigración a la que ha estado expuesta en los últimos años. Cabe decir que en los primeros tiempos de ese proceso, millones de europeos se manifestaban a favor de la “gran acogida”. ¿Qué ha sucedido desde entonces hasta ahora, para que sentimiento tan noble se metamorfosee en una radical resistencia a la presencia de esos refugiados e inmigrantes que antes tan buenos sentimientos despertaban? Muchos son los motivos. Desde donde yo estoy, los líderes europeos tomaron decisiones erróneas sin evaluar las consecuencias. Culturas con valores cívicos antagónicos a los nuestros, víctimas transmutadas en criaturas resentidas por episodios de violencia y sufrimiento como consecuencia de los conflictos que los hicieron huir, centenares de miles de jóvenes que aprendieron todo lo malo que ofrece la vida sin saber identificar la solidaridad de sus semejantes, confundiéndola con debilidad. Muchos de ellos, mal integrados y peor asimilados, están construyendo espacios inasumibles por la Europa del siglo XXl. El irresponsable postureo de los políticos ha generado un descontrol tan grande sobre los elementos no deseables de este fenómeno, que el ciudadano de a pie experimenta en su piel lo más indeseable de este proceso. Las principales capitales europeas, desde Oslo a Madrid, y desde Londres hasta Roma, están experimentando de forma grave la amenaza e inseguridad de los guetos que han surgido bajo el control de los más radicales. El sentimiento de que Europa solo puede ser recatada de este error a través de los populismos extremos se ha ido abriendo camino como respuesta a la insolvencia de quienes carecen de la inteligencia, y aun así se permitieron tomar decisiones para un problema que no alcanzaron a comprender.

Frente a estas dos percepciones cabe una tercera (y muchas más), que sin dramatizar más de lo necesario, pero sin ignorar la evidencia, exige un pacto, ya no de Estado, sino en el ámbito de la Unión Europea que asuma las necesarias medidas en origen, administre correctamente los recursos, y aplique la ley con la energía necesaria. Hoy en España, (especialmente en Cataluña) miles de MENAS han abandonado sus centros de acogida, mostrando el fracaso de estos centros, o la mala voluntad de quienes en ellos fueron acogidos. El caso es que en Barcelona, o el País Vasco, por no hablar del resto de Europa campan a sus anchas como jaurías sin ningún respeto por las leyes, ni los ciudadanos que los acogieron. Un día tras otro, violaciones, agresiones, robos… son las noticias que nos llegan de esos grupos, por más que los medios oculten casi siempre su origen. Decenas de denuncias por violaciones grupales causadas por jóvenes norteafricanos (entre otros) han creado una alarma social que sin embargo no ha sensibilizado ni al feminismo ni a la izquierda como sí lo hizo el execrable comportamiento de “La Manada” de Pamplona. Y es que en este país, al igual que en la Europa del postureo “políticamente correcto” abordar la realidad, aportar soluciones, o ser tan humanitarios como pragmáticos, no encaja con la cultura de la reivindicación permanente contra el sistema. Tiempos vendrán (si no lo remediamos) que lo que ahora denunciamos será recordado como un momento en el que al no actuar con la inteligencia, la humanidad y la seriedad requerida, se permitió que lo que pudo ser una experiencia positiva en la transformación de Europa, desembocara en todo lo contrario.

Mientras tanto y afortunadamente, la gran mayoría de quienes escogieron nuestro país como su nuevo hogar están resultando ser un valor añadido a todo lo que somos y representamos. …………………………

“Con demasiada frecuencia disfrutamos de la comodidad de la opinión sin la incomodidad del pensamiento”. John F. K……………………..

“Yo soy como soy, tú eres como eres, construyamos un mundo donde yo pueda ser sin dejar de ser yo, donde tú puedas ser sin dejar de ser tú, y dónde ni yo ni tú obliguemos al otro a ser como yo o como tú”.

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