Los españoles nos estamos enfrentando a una emergencia que por novedosa está creando gran alarma e incomodidad además de una peculiar confusión en cuanto a las respuestas que ésta merece. Así, hemos visto que un día se autorizaba una nada indispensable manifestación multitudinaria, y al día siguiente, nos sugerían a todos los españoles un urgente confinamiento en nuestros hogares mientras los medios nos transmiten imágenes de supermercados, aeropuertos o estaciones ferroviarias cuyas aglomeraciones sugieren lo contrario de lo anterior.


Como los españoles somos peculiares en nuestras reacciones, no pocos han entendido que el confinamiento era una receta a la medida de cada cual. Así, unos emigraban hacia sus habituales zonas de veraneo en el Levante, y otros fluían hacia los pueblos del Pirineo importando unos y otros como regalo indeseable el virus de marras. Y es que eso del confinamiento no va con nosotros; necesitamos espacios abiertos y relaciones sociales, y a menos que el virus tuviera la apariencia y el tamaño de un amenazante doberman, no nos sentimos amedrentados, y nuestro sentido de la responsabilidad es dubitativo.

Desde donde yo estoy, los españoles somos un ejemplo de todo lo malo y todo lo bueno que una sociedad acostumbra a reflejar. Somos solidarios hasta el extremo (donantes de órganos por ejemplo) o carentes de empatía para con nuestros conciudadanos en el otro extremo. Por llevar la contraria, contrariamos a quien nos quiere favorecer, como esos niños pequeños que se resisten de forma inquebrantable cuando quieren medicarlos. Es por esa razón que parece inevitable que se nos obligue a hacer lo correcto mediante la amenaza de sanciones a esos actos de irresponsabilidad, cuyas consecuencias amenazan ser más dramáticas de lo que nadie quiere reconocer. La toxicidad de ciertos virus así lo requiere.

Me ha llegado un twit cuyo mensaje al principio me ha parecido desproporcionado y fuera de lugar, en cuanto a lo que quería comentar, hasta que confinado como estoy he ido reflexionando sobre lo que éste representa. Y es que es cierto, un virus más mortal que el que ahora nos amenaza, nos arrebató la paz, y múltiples vidas hasta hace muy poco. Algunas de sus víctimas como Ortega Lara padecieron un confinamiento involuntario muy superior al que ahora se nos exige. No sé si es una comparación fuera de lugar, o puede animarnos pese a todo a asumir el momento actual con más optimismo y mayor determinación. Yo estoy confinado en casa, y ya me subo por las paredes, aunque tras recordar los meses de Ortega en aquel tortuoso zulo me siento más ligero que una pluma. Un virus quedó derrotado aunque sus secuelas permanecen. Éste también lo será si superamos nuestros egoísmos y damos como en otros momentos lo mejor de nosotros mismos.
Me disculpo por la parrafada (tengo demasiado tiempo).
Un saludo

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