En un contexto donde la dictadura de lo políticamente correcto limita con demasiada frecuencia nuestra percepción de la realidad, hay sucesos cuya trascendencia o nos pasa desapercibida o quedan ocultas tras la pancarta de la solidaridad, urgencias humanitarias, etc.

Tampoco son escasas las reclamaciones de aquellos activistas que imbuidos de un cierto mesianismo obligan a los gobiernos a escenificar postureos cuyo buenismo casi siempre tiene efectos contrarios a los pretendidos. En todo caso el pragmatismo necesario para evaluar la necesidad de ser solidarios y humanitarios sin que eso corrompa los valores que definen nuestra sociedad requiere de cierta sensibilidad e inteligencia hoy más que escasa.

Hoy Ceuta ha sido invadida. Literalmente. Y lo ha hecho con el consentimiento del gobierno marroquí.

Seguramente hasta ha sido organizado por ellos. Dadas las extrañas relaciones entre España y Marruecos esta interpretación no carece de fundamento. Marruecos siempre ha sabido aprovechar las debilidades del Estado español. Recordemos la marcha verde sobre el Sahara, cuyas víctimas (Polisario) claman hoy sin ninguna esperanza por una justicia que en su momento no se quiso aplicar.

¿Está sucediendo lo mismo con Ceuta y Melilla? Es razonable pensar que sí. Las pretensiones de Marruecos con relación a estos dos enclaves de clara titularidad española vienen de lejos como también sucede con el tema de las Canarias. No es este un tema baladí que debamos ignorar como si solo fueran frívolas escenificaciones políticas. La monarquía marroquí y todo su ecosistema político necesitan de estas reclamaciones y si es posible forzar su ejecución. De lo contrario su supervivencia no está garantizada. Gratuitamente y sin consecuencias, va colocando sus peones en los lugares estratégicos que le facilite en su momento imponer su criterio por la vía de los hechos consumados.

Hoy por hoy todo le es favorable. Un gobierno débil, comprometido con una fachada buenista que le permite eludir sus deberes y una sociedad adormecida incapaz de comprometerse en la defensa de los intereses y valores compartidos.

Tiempo al tiempo.

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