Todo parece indicar, que después de esta necesaria cuarentena, un mundo diferente nos espera, o así lo aseguran quienes parecen entender la magnitud de esta pandemia y sus inevitables secuelas. A la pérdida de vidas habrá que sumarle las consecuencias de una anunciada crisis económica y social que cuestionará los paradigmas de la globalización y del “proyecto europeo”. Ante semejante perspectiva, algunos han querido relativizar esta tragedia humanitaria que amenaza con especial virulencia a nuestros mayores, dando prioridad al factor económico de esta ecuación, solo hay que recordar el darwinismo social con el que un Boris Jhonson, o un Donald Trump abordaron este asunto al principio, insinuando lo inevitable de un mundo futuro del que habrán desaparecido demasiados abuelos convertidos en una simple estadística. Afortunadamente semejante mensaje no ha penetrado en nuestros atemorizados espíritus, conservando aun nuestra humanidad y la devoción a nuestros mayores

El elevado recuento de fallecidos, nos aturde el ánimo tras percibir ( en cuanto a nuestros abuelos) que detrás de cada uno de ellos, desaparece también un referente emocional que estabiliza y consolida la vida de los más jóvenes.

A algunos les faltaron fuerzas para eludir a la Parca, a otros, los quieren meter en capilla abandonándolos a su suerte como si fueran detritos de una sociedad endurecida, corrupta y necia. Afortunadamente esos hombres y mujeres que nos cuidan, no entienden de política y si de altruismo y sacrificio redimiendo así a todos y cada uno de nosotros.

Dice el refrán que la tarea de los padres es educar a los hijos y la de los abuelos consentirlos, y demasiados niños tras la crisis del coronavirus perderán en su vida el referente de unos abuelos cuya ausencia les harán crecer con carencias.

La calidez de sus atenciones, la paciencia de su trato, el refugio seguro frente a la disciplina paterna, el cómplice silencioso, la protección oportuna, el donante generoso, el colega infatigable, el cuentacuentos sugestivo, el amparo sosegado o el adivino intuitivo, aportan a la ingenuidad de un niño elementos que los padres no siempre están en condiciones de ofrecer.

Ningún niño debería crecer sin conocer el cariño y cuidados de sus abuelos a pesar de que ciertos energúmenos se empeñen en presentarlos como innecesarios y prescindibles.

La crisis del “coronavirus” mostrará lo mejor de nosotros, y también lo peor. En la medida en que prioricemos a los más vulnerables, saldremos fortalecidos como personas y como sociedad.

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“Los abuelos espolvorean polvo de estrellas sobre la vida de sus nietos” Anónimo.

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