La política, entendida como la gestión de la cosa pública, merece mayor consideración de la que tradicionalmente recibe. Sucede, que el ciudadano de a pie no percibe que los políticos estén a la altura de su función. Como respuesta a esa pobre valoración, son muchos los que se atrincheran en los supuestos méritos de su partido, publicitando hasta el exceso las deficiencias de las otras organizaciones políticas, y especialmente de sus líderes. Al parecer, resulta más fácil asumir que los culpables de todas nuestras desgracias son los adversarios políticos, y quienes a estos apoyan, antes que reconocer la parte de responsabilidad que nos corresponde.
Esa mentalidad impide abordar de manera eficaz las crisis que una tras otra se empeñan en amargarnos la existencia y en oscurecer el horizonte para las nuevas generaciones. Tampoco ayuda que unos incompetentes se dediquen a pilotar el barco en el que todos somos pasajeros cuando un huracán de gran magnitud amenaza con hundirnos, parece urgente y necesario que reaccionemos antes de caer inevitablemente en las quejumbrosas lamentaciones en las que nos refugiamos cuando ya es tarde.
El Covid 19 está resultando una tragedia de dimensiones y consecuencias incalculables. También, y como si fuera una cortina de humo, nos impide ver la trascendencia de ciertas acciones por parte de la coalición gobernante, que de otra manera reclamarían nuestra atención por indignas, extrañas al sentido común, y contrarias a los intereses de Estado. En definitiva, tóxicas en lo ético, imprudentes en lo económico, destructivas en lo social, y vergonzosas en lo político. No es extraño que el ciudadano informado caiga en la desesperanza y hasta en la apatía, mientras que al resto le embarga el desconcierto y la rabia que les lleva a obviar los compromisos necesarios.
Una coalición de gobierno que a la luz de los últimos acontecimientos, ni es gobierno ni es coalición, ni es capaz de aportar soluciones ni respuestas, sino tan solo defender su atalaya aunque tenga que hacerlo en contra de los intereses de quienes hasta ella lo elevaron. Todo sugiere que la retorcida mentalidad de sus dos líderes los predispone a hundir el barco antes que perder su control, o compartirlo en un pacto de Estado que quizá sea la única respuesta con futuro.
Por otro lado, tenemos una oposición que deambula de un lado a otro sin que sepamos si entienden el problema, o pueden contribuir a su solución, inmersa en una crisis de identidad que le lleva a asociarse y desasociarse de sus socios, perdiendo fuelle, y atomizándose aún más, no parece que se crean alternativa en un futuro próximo. Todo indica que en contexto de la crisis lo que más priorizan sigue siendo salvar los muebles, y minar en lo posible al contrario.
En definitiva, los políticos y la legión de especialistas con los que se adornan, no están resultando unos buenos gestores de la “cosa pública” que somos todos. Nunca lo han sido, pero no siempre han tenido la oportunidad de significarse en momentos tan críticos como los que vivimos. Nadie puede saber si otros líderes en iguales circunstancias actuarían con tanta negligencia. Lo que sí sabemos es que las compulsiones partidistas de unos y otros priman sobre el interés común. Pronostico que si la sociedad no reacciona, nos espera un futuro muy oscuro, donde los responsables siempre se sentirán compensados, mientras el ciudadano de a pie sufrirá las consecuencias una vez más.