¿Se imaginan ustedes una campaña electoral donde la cortesía y el reconocimiento hacia el adversario fuera lo habitual más allá de las inevitables discrepancias?.

Unas elecciones donde se denunciaran tanto las malas decisiones del gobierno en funciones como sus aciertos, obligando a estos últimos a elevar las exigencias de los nuevos pretendientes. Lamentablemente no es así.

No recuerdo si la crispación reinante era ya habitual en las primeras décadas de nuestra democracia. Creo que con excepciones, la educación primaba sobre la sobreactuación a la que nos tienen acostumbrados las nuevas hornadas de politicastros que no parecen entender la alta función a la que opositan y el ejemplarizante papel al que están obligados. O al menos eso parece a la vista del escandaloso espectáculo con el que adornan sus intervenciones.

En Madrid no está siendo diferente, más bien al contrario. La frivolidad con la que se está utilizando la tragedia de la pandemia, donde todo vale, se acompaña ahora de una escandalosa escenificación, donde todo un presidente de la nación se involucra en una acusación sin fundamento. Atribuir sin pruebas la titularidad de esas cartas amenazantes a VOX, es inadmisible, oportunista y rastrero. Llamar a la movilización en función de esa presunción, es un antecedente peligroso del que tenemos tristes ejemplos en nuestra historia.

Asumir que la ciudadanía responderá de acuerdo a sus intereses clamando “¡Que viene el lobo!“es reconocer el grado de ignorancia y embrutecimiento que estos desaprensivos atribuyen a quienes dicen representar.

Sea como sea, unas elecciones tras otras, la situación parece degenerar sin remedio. El poder por el poder, sin excelencia en su ejecución, parece ser la meta de quienes sólo toman conciencia de nuestra existencia en las campañas electorales.

Ni siquiera entonces saben ocultar su tóxica naturaleza.

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