Vivimos tiempos complejos y también confusos. La falta de criterio o coherencia en lo relacionado con la pandemia, está causando un profundo desconcierto en la mayoría y un preocupante cabreo en el resto. Lo peor es que nos hemos acostumbrado al conteo de infectados y fallecidos y como consecuencia nos afecta más la incomodidad de las contradictorias medidas que el drama sin rostro de las víctimas denunciadas.

Ni siquiera la tan esperada vacuna, parece ser la respuesta que el momento exige. Mientras la temida cuarta ola amenaza el horizonte, la mala gestión en la distribución de la vacuna sugiere que contrariamente a lo esperado la respuesta sanitaria tardará en mostrarse efectiva, no es de extrañar entonces que las diferentes versiones del negacionismo arraiguen en los colectivos afectados o más cabreados, como acostumbra a pasar con los jóvenes. Hoy por hoy, quien quiera informarse más allá de las versiones cambiantes que ofrece la administración y los medios, encontrará sólidos argumentos en contra, las redes se encargan de ello. Todo ello conforma un escenario que pone a prueba al conjunto de nuestra sociedad y su capacidad de aguante.

¡¡No somos corderos!!, gritan quienes hartos de tantas restricciones sospechan que estas solo ocultan la incompetencia de quienes las imponen. Cada día son más los escépticos que no temen ser tachados de insolidarios, y exigen lo que nadie puede o sabe darles: eficacia y coherencia.

Todo sugiere que el covid19 estará presente en nuestras vidas por mucho tiempo, una triste realidad con la que al parecer tendremos que aprender a convivir como hacen en otros lugares menos confortables donde enfermedades más temibles si cabe, diezman sus poblaciones sin que nos sintamos involucrados ni amenazados.

Parece que la clase política sabe o intuye que así será. Ya no se preocupan por mostrar una apariencia compungida, como si su prioridad fuera nuestra salud, vuelven a lo que mejor saben hacer.

En un país donde la partidocracia impone sus intereses a los del pueblo que dice representar, no es extraño ver como sus prioridades en torno a la codicia y asalto al poder se imponen a las urgencias sanitarias y económicas que ponen en peligro los fundamentos de nuestra sociedad. Son muchos los instrumentos que el sistema ha generado para adormecer nuestro entendimiento y doblegar voluntades, y parece que en una situación extrema como esta los están rentabilizando.

No se me ocurre otra circunstancia que justifique ese grito colectivo, ese ¡basta ya!, que cambie de una vez por todas el contrato social que nos rige, o en su defecto mande al paro a todos los inútiles que lo incumplen.

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